La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Tres gigantes que aún viven del cuento

william-faulkner

El arte del cuento no goza en las letras españolas del enorme prestigio que sí posee, por ejemplo, en la literatura en lengua inglesa. Las grandes revistas norteamericanas, como The New Yorker o The Atlantic Monthly, son desde hace décadas el escenario en el que los grandes autores cultivan esta distancia corta, en la que emplean sin complejos la misma musculatura e idéntico talento que exhiben en las narraciones de largo aliento.

Nada similar sucede por estos pagos, donde los escritores mediáticos parecen despreciar todo lo que no sean novelones de corte decimonónico. Pero algo podría estar cambiando en nuestro panorama narrativo, ya que las grandes editoriales españolas se han lanzado con cierta ilusión y empeño a la publicación de colecciones de relatos (por el momento solo de autores consagrados, pero menos da la piedra de la nada). A la labor de sellos como Anagrama, Tusquets o Lumen se suma … Seguir leyendo

Una novela de museo

En su espléndida colección de novelas El cuarteto de Alejandría Lawrence Durrell nos obsequia con una de esas sentencias cargadas a un tiempo de hermosura y profunda verdad: «No puedes amar de verdad una ciudad hasta que ames a alguien que habite en ella». La frase emerge de la memoria al leer la última narración de Orhan Pamuk (Estambul, 1952): El museo de la inocencia, un relato que demuestra a lo largo de más de 600 páginas cuánta certeza encierra la afirmación de Durrell. Porque la nueva novela de Pamuk —la primera que publica tras alzarse en el 2006 con el Premio Nobel— es, sobre todo, una gran novela de amor. Del amor entre sus protagonistas: el adinerado Kemal, de 30 años, y su prima lejana Füsun, una dependienta de 18 años; y del amor por Estambul que derrocha el autor en estas páginas y que, como … Seguir leyendo

La ballena blanca

Herman Melville (Nueva York, 1819-1891) escribió dos libros que invocan el silencio. En plata: dos libros que invitan a no escribir ni una sola línea más, a no sumar estériles párrafos a la historia de la literatura, quizás ya consumada en sus páginas. Uno se titula Bartleby, el escribiente, donde su protagonista pronuncia la célebre frase, «preferiría no hacerlo», que Enrique Vila-Matas convirtió luego en lema de los escritores que un buen día deciden callar para siempre: los Bartleby.

El segundo y definitivo navajazo a la yugular del sistema literario se llama Moby Dick y provoca el mismo efecto: quien lo lee se ve aplastado por la abrumadora (y casi castradora) belleza de este texto, que lleva al autor contemporáneo a pensar muy seriamente si merece la pena escribir algo después de llegar, sin aliento ya, a este último y demoledor párrafo: «Entonces volaron pájaros pequeños, chillando sobre el … Seguir leyendo

Pascual Duarte

«Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquéllos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya».

Ya sé que está de moda ningunear la literatura de Camilo Seguir leyendo

Paradójicamente

Sólo a  mí se me ocurre citar a Bartleby, el escribiente. Su mera mención, en la anterior entrada de este cuaderno de bitácora, ha tenido en mí un efecto devastador, paralizante, como los venenos que las arañas inyectan en sus víctimas para luego poder paladearlas con sosiego. Hace una semana yo mismo me inoculé la pócima del mal de Bartleby al plantar aquí su nombre y, lo que es más grave, su legendaria sentencia: «Preferiría no hacerlo».

Por eso, hoy, aunque tendría que contar algo sobre Mario Benedetti, que también se ha ido a respirar el polvo de las estrellas, sinceramente, preferiría no hacerlo. Podría, por ejemplo, dedicar a Benedetti uno de mis Inicios de novela. Podría citar el arranque, pongamos por caso, de La tregua, que creo que empezaba así: «Sólo me faltan seis meses y veintiocho días para estar en condiciones de jubilarme. Debe hacer … Seguir leyendo