La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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El polvo de las sandalias

Para mostrar su desdén por una ciudad en la que no habían sido particularmente bienvenidos, los clásicos se sacudían el polvo de las sandalias nada más cruzar la puerta de sus murallas. Ahora, después de leer determinadas cosas perpetradas por ahí, vamos a sacudirnos el polvo, aunque sea únicamente de las sandalias del cerebro. Y qué mejor sacudida que la que nos proporciona Hasta Elena con su entrada Lobo Antunes: la literatura en estado de exigencia. La blogosfera, conviene recordarlo ahora, también custodia estos tesoros.… Seguir leyendo

Más monos

Raúl del Pozo recuerda, en su columna de hoy, la tesis de que los blogueros son (somos) «monos con ordenata». El texto es el clásico ejemplo de una presunta rectificación (él lo llama consuelo) que, en realidad, se limita a divagar por los darwinistas cerros de Cuenca. Creo que ya no merece la pena perder un minuto más con este asunto de los simios.… Seguir leyendo

Cuestión de chicha

Anda revuelto el patio de la prensa. A la crisis planetaria (esa en la que algunos ven los mismos brotes verdes que tal vez se hayan fumado previamente) se suman en los medios de comunicación el desplome de los ingresos por publicidad y la fuga de lectores desde el papel (o sea, apoquinando) a las pantallas (por el morro). Es complicado que alguien con menos de 25 tacos pague 1,10 euros por este artilugio llamado diario, porque la chavalada se lo papa gratis total en el ordenador, la PDA o el móvil y, además, actualizado en tiempo real, con vídeos, sonido, comentarios y toda la artillería multimedia.

Umberto Eco, que tiene más de integrado que de apocalíptico, ha pasado por Madrid para sentenciar: «Hegel dijo que la lectura de los diarios por la mañana eran el rezo matutino del hombre moderno, pero no sé si mi nieto querrá rezar de … Seguir leyendo

Paradójicamente

Sólo a  mí se me ocurre citar a Bartleby, el escribiente. Su mera mención, en la anterior entrada de este cuaderno de bitácora, ha tenido en mí un efecto devastador, paralizante, como los venenos que las arañas inyectan en sus víctimas para luego poder paladearlas con sosiego. Hace una semana yo mismo me inoculé la pócima del mal de Bartleby al plantar aquí su nombre y, lo que es más grave, su legendaria sentencia: «Preferiría no hacerlo».

Por eso, hoy, aunque tendría que contar algo sobre Mario Benedetti, que también se ha ido a respirar el polvo de las estrellas, sinceramente, preferiría no hacerlo. Podría, por ejemplo, dedicar a Benedetti uno de mis Inicios de novela. Podría citar el arranque, pongamos por caso, de La tregua, que creo que empezaba así: «Sólo me faltan seis meses y veintiocho días para estar en condiciones de jubilarme. Debe hacer … Seguir leyendo