La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
Seleccionar página

Iba a escribir un comentario para responder a Prometeo, pero, como casi siempre, la cosa se me ha ido de las manos y he acabado perpetrando un post, aunque, por supuesto, no es que uno tenga muy claro tampoco dónde termina un comentario y empieza un post, si es que esas fronteras de género (de género literario, que no se me irrite Bibiana) tienen algún sentido hoy en día. Bueno, a lo que íbamos. Prometeo, yo también practicaba de niño ese entrañable oficio de chamarilero: iba por la calle recolectándolo todo, para desesperación de mi madre, que asistía atónita al espectáculo del niño trapero que luego transportaba su fardo de objetos inútiles hasta la casa, convertida en una improvisada cacharrería. Recogía palos, hojas secas, caracoles, engranajes, tuberías, relojes rotos, insectos, qué sé yo, todo tipo de artilugios y estrafalarios seres vivos. Cuando iba a la playa de Riazor volvía con mi cubo convertido en un acuario, con su agua de mar, sus cangrejos, su estrella de mar, sus pececitos, sus piedras y sus algas para recrear la atmósfera submarina… Y hasta algún camarón, de los que por entonces (antes del Urquiola, el Mar Egeo, el Prestige y lo que te rondaré morena…) todavía pululaban por las aguas urbanas de A Coruña.

Lo de haberle cogido cariño al MP3 destartalado debe de ser una inercia de aquella frustrada vocación infantil de chamarilero. Supongo, sí, que ese afán acaparador de objetos es una forma más o menos encubierta de luchar contra la nada, que siempre anda ahí al acecho, con sus borrosidades. Una ingenuidad, ya sé. Como el coleccionismo y otros ismos. Pero qué le vamos a hacer, así somos de contradictorios y de endebles. Uno tiene que aferrarse a algo, aunque sea a un pedazo de plástico.