Los desaparecidos
Julio Cortázar y Enrique Vila-Matas –dos de mis monstruos literarios de cabecera– se han estrujado las neuronas para narrar las desventuras de esos misteriosos individuos que un buen día deciden (o alguien lo decide por ellos) no volver a asomarse por la boca del metro. Son los desaparecidos, entes de leyenda que descienden a los andenes para no volver a ascender jamás. Permanecen en las catacumbas o, simplemente, son devorados por unos laberintos subterráneos que nadie conoce si no por los desgastados planos que barajan los burócratas.
No se trata aquí del metro –que es como una versión agusanada del autobús urbano–, pero lo cierto es que el mismo fenómeno registrado con ojo certero por Cortázar y Vila-Matas también se observa ocasionalmente en las líneas periféricas del bus, donde más de un conductor ha visto cómo el viajero remolón que ocupaba el último asiento se esfumaba, como por arte de … Seguir leyendo