Con todo este lío de la energía eólica caemos en una curiosa paradoja: para salvar el medio ambiente estamos destrozando el paisaje, al clavar esos ultramodernos molinos en los que, hasta hace poco, eran algunos de los rincones más hermosos del globo, como esas sierras que se otean desde el impagable cabo Ortegal, ahora infestadas de aspas. Hay pedazos de tierra donde lo único que debería crecer son los tojos, no los megavatios.
Me temo que va a tener razón Ramón Gómez de la Serna (y, por alusiones, Cervantes y don Quijote), cuando escribió aquella fulminante greguería: «Lo bueno sería que al final se descubriese que los molinos no son molinos, sino gigantes». Pues resulta que sí, que son gigantes.
Luís, conozco una pequeña aldea enclavada a espaldas de Santa Mariña, Concello de Camariñas. Se llama Laso y en ella todavía quedan algunos de sus habitantes primigenios. Literalmente encima de sus casas que antaño no eran más que unos pequeños refugios de pastores de piedra entre los penedos y el brezal, hincaron unos mamotretos enormes que parece que en cualquier momento acabarán por degollar al abuelo. Las vacas abortan y no ganan peso con el tremendo ruido siempre omnipresente y la sombra amenazadora que te hace sobresaltar a cada momento. Era un paraíso al que me gustaba ir perdiéndome a pié para charlar con cualquier parroquiano sobre las piedras de lo que un día fue taberna y único edificio de cierto porte. Los demás eran apenas unos volúmenes del mismo color de su entorno encastrados en la orografía original aprovechando cada recoveco. Albergaban a cuatro familias que en contra de lo que suele pasar en Galicia se llevaban bien. El terreno no es muy fértil, pero había humedales y buena hierba incluso en el invierno cuando abundan las heladas. Los pocos carballos que resisten el vendaval, se retuercen atormentados entre los penedos como un monumental y exquisito bonsái Ahora no me gusta ir, porque la última vez, la única familia que quedaba, había tomado la decisión de marcharse. Una tras otra quien sabe por cuantas generaciones, aquella gente había buscado el sustento en aquel pequeño paraíso. Un poco de la tierra, otro complemento del marisqueo con alguna escapada a Suiza o en un trabajo temporal en Coruña. Los hijos y la mujer se quedaban en casa y allí estaba el hogar. Me decían que solo eran un poco mas que pobres, pero en lo referente a la comida, eran casi autosuficienes y según ellos, no se comía mejor en la casa real. No faltaba carne de cerdo salada en las artesas y últimamente también mataban buenos becerros que colmaban los congeladores. Pollos, ovejas, colmenas de abejas, grelos, coles, patatas y también un poco de maíz o cebada que no se llegaba a ensilar, pero ayudaba al mantenimiento de las vacas y las caballerías. Un amigo criaba burros que corrían como balas y había ganado algún concurso local. Los conejos decía que no valía la pena criarlos porque abundaban en el monte. Los chavales eran una gloria. Casi salvajes pero sumamente humanos y cariñosos entre ellos, con sus abuelos y con sus padres. No se marchan a la ciudad. No tienen dinero para ello, han tenido que alquilar un piso en el pueblo. Los animales se quedarán aunque no será lo mismo porque los viejos además de aportar la pensión, pastoreaban y tornaban el lobo. Ahora pasean por el puerto aburridos y desconcertados, algunos los hombres echan la partida pero las viejas ya apenas salen a la calle embobadas con la tele.. Siempre me alegraba visitar Laso, ahora creo que nunca volveré porque me temo que no quedará nada de aquellas pequeñas casas mimetizadas en el paisaje, solo permanecerán esas enormes masas blancas, zas zas … me recuerdan una gran mugidora de la que cuelgan como en la escuálida vaca del dibujo de Castelao, una vietnamita panfletera y un agónico y goteroso líder del ladrillazo.
En Aragón también han proliferado muchísimo los molinos (gigantes) de viento. No podía ser menos siendo el valle del Ebro el lecho del cierzo. Circulando por diversas carreteras uno los ve levantarse en el horizonte, como los indios en las películas de John Ford, recortadas sus siluetas contra el cielo azul (cuando lo hay). Extrañamente inquietante, de una hermosura rara, de una fealdad enorme.
Saludos.
ah, por el pueblo de mi madre también hay, lo que nadie sabe , es que hará el Sr Baltar con el dinero; eso sí, quedan un poco más alejados de los pueblos.Y alrededor, parece la estepa.
Y me gusta la greguería.
Sí, levas razón, amigo Luis. E é que a vida está chea de contradiccións.
Un saúdo, Carpe Diem (e nadal tamén -como se digha en latín)