La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Cuenta Enric Juliana una escena dramática, que retrata con un fogonazo la posguerra (y, por elevación, la historia de este vapuleado país). Transcurre en Lisboa, en la rúa Garrett, un domingo de abril de 1954. Se cruzan en la calle el filósofo madrileño José Ortega y Gasset y el periodista barcelonés Agustí Calvet Gaziel. Son dos de las mentes más brillantes de su generación. Relata Juliana que se conocen y, alguna vez, charlan. Pero ese domingo de exilio, hacia la una de la tarde, el periodista-filósofo y el filósofo-periodista no se dirigen la palabra: «Los dos hombres de la rúa Garrett se cruzan sin saludarse». «Todo se ha perdido. España es un erial y ambos se han convertido en espectros», sentencia Juliana.

Para no repetir la escena de esa España que se ignora a sí misma, que solo lee su propia epidermis, hay que zambullirse en Ortega, claro, pero también en la prosa de Gaziel, que ahora se redescubre al hilo del centenario de la Gran Guerra y de sus deslumbrantes crónicas desde París.

Pero hay otro Gaziel, el cronista de las realidades mínimas que viaja en tranvía, al que volvemos en La Barcelona de ayer (Libros de Vanguardia). En estas estampas escritas de 1919 a 1933 hallamos a uno de esos periodistas que han hecho del columnismo uno de los géneros mayores de la literatura española. Gaziel cuenta aquí, con palabras afiladas y humor agudo, la «incómoda comodidad» de las veladas teatrales, en las que se oía todo tipo de ruidos tapando las voces de los actores, o cómo a principios del siglo XX se plantaron los tilos de la rambla de Cataluña para aliviar el cogote calcinado de los paseantes. También desmitifica su propia ciudad y arremete contra la debacle económica que supuso la Exposición Universal, contra el urbanismo de la época y «la horrible y cuartelera cuadrícula del Ensanche», contra el desastroso diseño de la plaza de Cataluña, a la que los nativos llevaban todavía entonces a pacer sus corderos pascuales, o contra la pérdida de la independencia municipal de Sarriá. Cuando todo está confuso y los espectros se cruzan por la calle, hay que subirse al tranvía (o al bus) y leer a Gaziel.