La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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«Cuando no conocía la vida, escribía; ahora que conozco su significado, no tengo nada más que escribir». Oscar Wilde justificaba así por qué durante los dos últimos años de su existencia, atrincherado en el Barrio Latino de París, no añadió ni una sola línea a una de las obras literarias más deslumbrantes del siglo XIX. Padecía lo que Enrique Vila-Matas ha definido como «síndrome Bartleby», en alusión al célebre escribiente del cuento de Herman Melville que, ante cualquier petición, siempre replicaba tajante: «Preferiría no hacerlo». Vila-Matas exploró los abismos mentales y vitales de los escritores que un buen día deciden callar para siembre en su memorable Bartleby y compañía (2000). A este singular inventario de la literatura del No se han sumado esta misma semana dos ilustres autores contemporáneos que acaban de anunciar su retirada definitiva de la escritura: Philip Roth (Newark, 1933) e Imre Kertész (Budapest, 1929).

«Némesis», el punto final
El yanqui aprovechó una entrevista con la cabecera francesa Les Inrockuptibles para confesar que Némesis —publicada originalmente en inglés en el 2010 y en castellano un año más tarde— será su última novela, detalle que confirmó posteriormente su editora, Lori Glazer, vicepresidenta del sello Houghton Mifflin.
«Lo hice lo mejor que pude con lo que tenía», sentenció Roth parafraseando al boxeador Joe Louis al final de sus tiempos. El 23 de octubre, en vísperas de la gala de los premios Príncipes de Asturias, Roth explicaba a la prensa española que no podría asistir a la ceremonia a recoger su galardón en la categoría de Letras por estar convaleciente de una operación. «Si supiera cómo parar de escribir, lo haría», auguraba entonces. El gigante que inventó personajes como Portnoy o Zuckerman no tardó demasiado en hallar la clave para zambullirse en el silencio definitivo.

Un Nobel ingresa en el club
Solo unos días después de que trascendiese el desolador punto final de Roth, Kertész también se sumaba al club Bartleby. El húngaro, premio Nobel en el 2002, admitía la imposibilidad de escribir más al dar por agotada su aportación al tema que vertebra su obra: el Holocausto nazi. «Ya no quisiera escribir más», concluyó el asombroso autor de Sin destino.
«Perdemos más con el silencio de Kertész que con el de Roth. Kertész, al que conocí en Budapest, es un hombre muy inteligente, nunca se le ocurriría —como le ha pasado a Roth, ensimismado en su gloria— pensar que era asombroso que en un país como España la gente se interesara por su obra siendo esta una obra escrita —dijo Roth— para sus compatriotas. Yo creo que Kertész tiene a la humanidad entera como compatriota y su testimonio aún no había terminado», explica Vila-Matas a La Voz.

¿Nada que decir?
El escritor barcelonés rechaza de plano la idea de que un escritor se retira porque ya no tiene nada más que decir: «Kafka desmonta este tópico porque siempre dijo que no tenía nada que decir, lo que no fue óbice para que escribiera hasta el fin de sus días». «Y no nos olvidemos de que Walser es un claro ejemplo de que se puede escribir que no se puede escribir», añade.
Por el catálogo de silencios que compone Bartleby y compañía se deslizan, además de los ya mencionados Kafka y Walser, literatos del no como Rimbaud, Salinger o Rulfo quien, cuando le preguntaban por qué ya no escribía más solía contestar: «Es que se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias». También se asoman Hofmannsthal y su célebre Carta de Lord Chandos; De Quincey, que dejó la tinta por el opio durante unos lustros; Juan Ramón Jiménez; otro Roth, Henry, que aguardó treinta años para retomar la escritura después de su fulminante Llámalo sueño; y un J. V. Foix que, según descubrió Pere Gimferrer, seguía por las noches soñando poemas aunque no los escribiese ya.
Vila-Matas traza una precisión final sobre esta sutil cuestión: «Pero nunca llegamos a escribir, en el sentido más exigente de la palabra: nunca escribimos de verdad. Y es que escribir es tratar de escribir lo que escribiríamos si verdaderamente escribiéramos».