La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
Seleccionar página

Corren los tiempos tenebrosos del low cost . Todo (o casi todo) se abona a esa receta del bajo coste y el clic gratuito que progresivamente ha ido estrechando nuestro mundo hasta reducir a apenas un puñado de prioridades aquellas cosas por las que todavía estamos dispuestos a pagar algo más que por un vuelo a Londres. Y, como era de prever, no solo se han desplomado ciertos precios, sino que, paralelamente, se han derrumbado otras variables no precisamente secundarias, como la calidad o la profundidad, freídas sin mayores rodeos en la parrilla del mercado total.

Pero, aunque ahora parezca inverosímil, no siempre fue así. Hubo un tiempo no tan lejano en que, por ejemplo, la literatura ahondaba en algunas verdades sin pasar previamente por el escáner del departamento de márketing. A esa generación de insobornables, de tipos irredentos y genuinos hasta la médula, coherentes consigo mismos -incluso con las contradicciones que nos definen como seres humanos- pertenecen los tres gigantes de la literatura que se apagaron en el 2010: Miguel Delibes, José Saramago y Jerome David Salinger, tres voces unidas, a pesar de sus abismales distancias estilísticas y conceptuales, por el delgado hilo de una honestidad que no se compra en la chamarilería.

Porque honesto era el enjuto Delibes, el narrador que logró salvar frente a poderosas tentaciones una prosa de extraordinaria belleza ( Viejas historias de Castilla La Vieja ) y el periodista que plantó cara a un régimen demoledor. Honesto era José Saramago, fiel hasta el último aliento a su ideario comunista, pero que también fue capaz de denunciar con rotunda lucidez los demonios de la intolerancia en Ensayo contra la ceguera . Y honesto (al menos en las coordenadas de su precipicio interior) era el feroz Salinger, que un buen día decidió disfrazarse de guardián de sí mismo y esfumarse en las tinieblas, en la nada de una vida sepultada más allá del circo mercadotécnico. Ya había escrito Un día perfecto para el pez plátano . No había nada que añadir. Era literatura mayúscula. Nada que ver con el low cost .