La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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La maldita crisis nos la explican en cada telediario los profetas del pasado con mucho alarde de gráficos, esas líneas tortuosas que siempre van cuesta abajo y sin frenos, salvo la silueta del paro, que trepa por las paredes como aquel Induráin de las siestas de julio. Uno ve ese electrocardiograma de la economía nacional y europea y, sin mayores análisis, ya sospecha que el enfermo está para que lo ingresen en planta y lo enchufen a un gotero con algo más que suero fisiológico. Pero cuando se descubre que el paciente ya está camino de cuidados intensivos es al comprobar que, más allá de lo que se pueda leer en las tablas al pie de su cama, presenta graves síntomas de pérdida de consciencia y se encomienda a ciegas, no al sabio internista que durante tantos años cuidó su mala salud de hierro, sino que pone su vida en manos del forense de guardia, que obviamente no va a diagnosticarlo a tiempo, pero, eso sí, firmará un concienzudo informe detallando las dolencias que lo enviaron al otro barrio. Así se las gastan la macroeconomía y su primo hermano, el mercado, que nadie sabe quién es ni a qué dedica el tiempo libre, pero que es capaz de poner contra la cuerdas a los 27 países de la Unión Europea si se ponen a tiro y ese día Wall Street se despierta con ganas de jarana. Es la cruda consecuencia de vivir fuera de la realidad y de hacerle el test de estrés al banco y no al vapuleado cliente, que más que estrés tiene el miocardio hecho un guiñapo de tanto mirar el recibo del cajero automático. El papelito sale tan menguado de la ranura que uno empieza a comprender por qué llaman saldo al dinero que queda en la cuenta a fin de mes.