La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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En la infancia uno creía que, como en las pelis de vaqueros, los buenos siempre ganan y los malos reciben su merecido. Además de los western, el catecismo, que memorizábamos a pelo y sin disolver, insistía en la misma tesis: cuando cae el telón, se premia a los buenos y se castiga a los malos. Así que el chaval, en su inocencia congénita, iba creciendo con esa ingenua teoría a sus espaldas hasta que, por supuesto, a la vuelta de la esquina le esperaba la vida con un par de contundentes patadas en las gónadas. Fin del sueño.

Así, a las bravas, descubres que más bien la cosa funciona al revés: los buenos llevan palos hasta en el cielo del paladar y los malos, qué tíos, son los que están forrados, navegan en sus veleros siempre arropados por hermosas muchachas (o muchachos) y salen indemnes de prácticamente todas sus fechorías. Sólo de vez en cuando, cosas de la estadística, tropiezan y acaban a la sombra. Eso sí, en jaula de oro. Esa es la cruda realidad.

Por eso, por todos esos bofetones que la vida nos ha soltado sin previo aviso a los panolis, ya era hora de que, al menos por una vez y sin que sirva de precedente, ganasen los buenos. A los pringados que nos creímos aquellas películas de John Wayne, nos reconforta ver que no siempre triunfan los malvados, ni los bordes, ni los trepas, ni los fríos amarrones, ni los rácanos Mouriños y demás cicateros que llevan una calculadora entre las pelotas. A veces llega un tipo bigotudo como Vicente del Bosque , o un humilde Andrés Iniesta, de Fuentealbilla, y vencemos de calle, sin más receta que la irrebatible suma de talento y esfuerzo. Así de sencillo. Sin pisar cráneos. Sin maldecir. Sin dejar cadáveres por el camino. Por fin, por una vez en la vida, un poco de justicia poética. Ya era hora. El mundial es nuestro.