La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Cuando yo era chaval había una serie de chistes que siempre empezaban de esta guisa: «Están reunidos en Madrid los líderes de las tres grandes potencias mundiales: España, Grecia y Portugal… », arranque del legendario Eugenio que en realidad era un giro novedoso sobre la ancestral fórmula: «Están un español, un griego y un portugués… ». El caso es que aquello era antes de 1986, antes de que España y Portugal sumasen sus flamantes estrellas a la bandera azul de la UE y antes de que, por lo menos a este lado del pai Miño, nos entrase un complejo insoportable de nuevos ricos. Complejo que, pasado el tiempo, se nos ha atragantado con una crisis de caballo que tiene serias trazas de ponernos en nuestro sitio, con menos cochazos por la autopista, menos pisos de 600.000 euros y menos viajes de fin de semana para derretir la tarjeta de crédito en las tiendas pijas de Manhattan. A lo mejor se nos había ido a todos un poco la olla y lo que creíamos que era el PIB era en realidad el número de teléfono de la vecina.

Lo que me hace mucha gracia es lo alterado que se ha puesto todo el mundo con la comparación, oh cielos, de España con Grecia y Portugal. Un banquero de corbata roja ha dicho incluso que es algo así como comparar al Real Madrid con el Alcoyano. Vale. Pero que no se olvide el banquero de la corbata roja (el mismo, por cierto, que financia con sus créditos astronómicos los fichajes del Bernabéu) que al Real Madrid lo ha apeado de la Copa del Rey el Alcorcón, que no es el Alcoyano, pero casi.

A mí, modestamente, no me ofende para nada que comparen mi lugar de residencia con dos de los países más maravillosos del planeta, mucho más interesantes en todo caso que Suiza o Finlandia, que serán sitios muy civilizados, y ordenados, y donde todo funciona a la perfección, pero en los que corres un grave peligro de palmarla de un ataque agudo de aburrimiento. Portugal, por donde ciertos señoritos de este lado de la raia se pasean con una mueca de desdén, tiene dos de las ciudades más alucinantes de Europa: Oporto y Lisboa, que ya les gustaría importar a otros países donde lo más arriesgado que hacen sus habitantes es calcular cuántos pises van a echar por la mañana en la oficina.

Como decía Siniestro Total: menos mal que nos queda Portugal.