Como algunos detractores me acusan (seguramente con razón) de ser un apologeta de la infancia, que si demasiado revival, que si demasiada nostalgia, que si demasiados años ochenta, pues he revuelto en los estantes hasta encontrar algo con lo que compensar tanto peterpanismo. Y como andaba estos días a vueltas con la vida y obra de Mario Benedetti, me he tropezado con este poema, La infancia es otra cosa. Aquí va un fragmento, que yo creo que equilibra un poco la balanza:
«Los geniales demagogos de la infancia/ así se llamen Amicis o Proust o Lamorisse/ sólo recapitulan turbadores sacrificios móviles campanarios globos que vuelven a su nube de origen/ su paraíso recobrable no es exactamente nuestro siempre perdido paraíso/ su paraíso tan seguro como dos y dos son cuatro no cabe en nuestro mezquino walhalla/ ese logaritmo que nunca está en las tablas».
P. S. El amigo Benedetti se pasa un pelo al meter en el mismo saco de «los geniales demagogos de la infancia» a Amicis y Proust. Creo que si nos quedásemos sólo con seis o siete escritores de toda la historia, ahí estarían siempre James Joyce, Franz Kafka y Marcel Proust. Amicis, ni de coña, claro.
P. D. Y además, qué pasa, sí, yo también soy un demagogo de la infancia. Me gustan los demagogos de la infancia y hasta me gusta mi infancia, a pesar de que no todo fueron risas y juegos. Vivan los setenta, e incluso los horteras ochenta.
Joyce, Kafka, Musil, Gombrowicz, Proust, Sterne. Yo empecé a leer por ahí.
Con sus efectos colaterales… Por ejemplo, asocio Sterne a Italo Calvino y a Diderot… Me gusta mucho Jacques el fatalista de Denis Diderot.
Un saludo, Luis.
Recuerdo a mi madre leyendo Corazón de Edmundo de Amicis. Al mencionar ese libro a mi madre se le ilumina la cara. Aún tiene ese libro ya descosido, edición del año en que Maria Castanha pasó el invierno en una celda de los Jerónimos.
Gracias compadre por la reseña. La próxima vez nos vemos al otro lado de esa raya que zanja la ciudad que te tienes en la pluma. Y qué sí, la infancia merece más páginas, un mal orteguiano diría yo soy yo y mi infancia. Vivimos la desindustrialización de España a principios de los ochenta y el paro al 25 % cuando éramos unos santiños, sin tener que mirar al Euribor. Eso es felicidad.
Saludos desde la nevada Flandes.
Fer
¿Cómo negar la infancia, querido Luís, si sería negar la patria?
Negar la infancia además de poco útil es imposible.
Luego está la selección que hacemos de ella, los viajes y ausencias a la infancia.
EN fin…
Un abrazo
Marta
anda …y D. Mario!!!!un escritor al que entiende todo el mundo! (en ese poema que elegiste puede que no, y además, conozco a gente q recuerda su infancia con tristeza – eche o que hai-)
bo, lo ví una vez en la capi…eso es lo de menos,lo de más son sus cuentos, poemas etc.
y mira, yo me quedaría en aquella corta niñez en la RIBEIRA SACRA.Fuí feliz.Una primavera, siendo niña nos vinimos al mar…
No sé si ahora aguantaria los inviernos allí, pero el recuerdo (mi recuerdo) no me lo borran ni por decreto ley, amos hombre.
Y como la casa quedó en herencia, a lo mejor la jubilación la paso allí (bah, pamplinas de aslariada, yo que sé que pasará)
pero la niñez que no la roben, al menos si se tiene buen recuerdo…los yupis_positivistas- futuristas son una pesadez impostada, para mi.
el futuro no existe, en dos segundos puede cambiar la vida. La niñez sí, o el recuerdo.
corto /cambio.
saludos.
Mais il faut, nunca fui yo un gran fan de Amicis, pero admito la enmienda y, por supuesto, me apunto a todos los otros que citas. Un fuerte abrazo.
Fer, un fuerte abrazo. Primero compartimos infancia, ciudad, amistad… y ahora la blogosfera. Vigila a los políticos bruselenses
Diego, en efecto, negar la infancia es negar el pozo del que sale todo, pero que nadie piense que le tengo tirria a Benedetti, que escribió grandes cosas. Sólo quería compensar un poco mis teorías con otras ajenas. Un abrazo, amigo.
Totalmente de acuerdo contigo, Marta. Espero que vaya bien esa presentación literaria en Sevilla (gran ciudad). Un beso.
María, tiene buena pinta esa infancia en la Ribeira Sacra, sí. Yo anduve unos años en Lugo y, desde los tres/cuatro ya en Coruña, que era una Coruña muy diferente a la de ahora (y no precisamente mejor, que la nostalgia no puede disfrazarlo todo). Un beso grande.
Yo nací en Montevideo (donde se endulza la mar. como dice la milonga. La tierra de Bendetti por casualidad). Retornamos cuando tenía seis años y para no perder curso me mandaron con una tía que era maestra rural en una aldea del ayuntamiento de Mazaricos. Con ella pasé varios años. El autobús nos dejaba en la Picota y la señora que cuidaba la escuela nos recogía en una yegua. Después de atravesar en medio de la noche varios puentes alguno en ruinas, llegábamos a la escuelita que estaba aislada de la aldea y ni siquiera tenía luz eléctrica (pasados muchos años y el plan Mega, mucha gente hoy en día sigue así). Cambié las amplias alamedas, el parque Rodó y el las ramblas por la oscuridad y la superstición de una remota aldea gallega. La separación de mis padres también fue para mi muy angustiosa y aunque ahora solo estaría a una hora de Coruña, en aquella época parecía que estaban en otro continente.
La impronta de aquellos años, creo que me condicionó para siempre. Después de acabar mi carrera y con apenas diecinueve años volví al campo a arreglar una casita de piedra inundada de goteras que había comprado muy barata y que acabé arreglando poco a poco. Vivia rodeado de animales que nacían, enfermaban y morían. Años después fui consciente de que había sido un precursor de los neorurales. Mi cama era una colchoneta hinchadle y un saco de dormir. Mis amigos y mi familia me decían que estaba loco, pero había algo que me forzaba a imbuirme en la austeridad y el estoicismo que se aprende viviendo en el campo sometido a los caprichos de la naturaleza y aprendiendo que todo lo que te rodea está basado en el esfuerzo, que la base de aquella vida esta en la lucha de los seres vivos animales y vegetales por sobrevivir. El paisaje incluso es obra de ese esfuerzo y responde a los usos que nos trajeron del paleolítico hasta aquí. Estar rodeado de luchadores por la supervivencia y no de hedonistas fue fundamental en mi formación.
En Coruña, viví en el barrio de los Mallos y en la Sardiñeira cerca de la estación. La violencia y las pandillas eran nuestro mundo. El capitalismo no había llegado al grado de sofistificación actual y dejaba resquicios a la camaradería y a la ayuda entre vecinos. El concepto de propiedad era muy ambigua y supongo que habria escrituras y contratos, pero nosotros tomabamos el territorio como hacen los herbíboros cuando simplemente lo ocupan y despues se desplazan a otro. Había espacios libres que estaban sin urbanizar como solares vacios o calles cortadas. La gente hacía con viejos ladrillos sus propios bancos para tomar el sol y algunos hacian garajes con material reciclado para albergar los escasos coches o plantar tendales para secar la ropa. Nosotros hacíamos casetas y batallas campales ayudados incluso por los mayores. Los barrios eran una zona fronteriza entre el centro y el mundo rural que estaba a las puertas de la ciudad. La vida también era dura pero impregnada de una cierta nobleza. . De alguna manera la vida del barrio se desarrollaba como en un clan que obligaba pero daba derechos, protección y conforto..
Yo tengo un recuerdo maravilloso de mi infancia,gracias a tener unos padres muy buenos y mi abuelo Ramón que me ayudó a ir descubriendo la vida. Como recuerdo buscar los nidos de pajaritos en medio de los zarzales. Ver la transformación de los renacuajos en los charcos en noches primaverales. Rastrear por las laderas de los campos hasta encontrar el sorprendente punto de luz de las luciérnagas. Mi abuelo era el abuelo de todos mis amigos y no se aburría ni se cansaba de sorprendernos cada día con estas pequeñas y excitantes aventuras para nuestras tiernas mentes.
Volviendo a tu mención,Luis, de Mario Benedetti, quiero hacerte saber que has tocado una de mis debilidades más entrañables, pues tengo en mi casa un gran cuadro, no solo por el tamaño, sino por su contenido. Pasea desclaza por una playa una joven musitando un pensamiento del citado Benedetti, que dice:
Si alguna vez adviertes que te miro a los ojos, y una veta de amor reconoces en los míos, no pienses que deliro, piensa simplemente que puedes contar conmigo.
Si otras veces me encuentras huraño sin motivo, no pienses que es flojera; igual puedes contar conmigo.
Pero h agamos un trato: Yo quisiera contar contigo, es tan lindo saber que existes, uno se siente vivo y cuando digo esto, no es para que vengas corriendo en mi auxilio, sino para que sepas que tú siempe puedes contar conmigo.
Este cuadro fué un regalo muy especial que recibí en un delicado momento de mi vida y de una persona que tenía la virtud y generosidad
de alma para reconfortarme.
Podría compararse con la misma desinteresada generoasidad que empleaba mi abuelo, como queda descrita en la primera parte de este comentario. Fué para mi impactante y no sé como lo vereis vosotros.
Hasta otra.
Enorme historia la que nos cuentas, Prometeo, yo viví también esos últimos estertores del barrio en mi infancia y, la verdad, creo que no todos los cambios de la ciudad han sido para mejor. La infancia y el barrio están ahí, en los cimientos de nuestra memoria y nuestra vida. Un fuerte abrazo
Gracias, María Jesús, por esa bonita historia que nos regalas. Encantado de tenerte por aquí. Saludos cordiales
Amigo Luís, lembrar tamén é bo. ¿E por qué non lembrarse de cando eramos máis xóvenes? Animo e a seguir así.
Un saúdo desde Sanxenxo
Carpe Diem