La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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El Premio Herralde, que promueve el editor del sello barcelonés Anagrama, ha recaído en su edición número 26 en una novela ciertamente singular, muy alejada de los parámetros en los que se mueven actualmente las novelas de tintes comerciales. Daniel Sada (Mexicali, México, 1953) firma Casi nunca, el relato de un peculiar triángulo amoroso, contado con una prosa de alto voltaje y, como coinciden algunos de sus grandes defensores, de poderoso aliento barroco, un barroco que brota, paradójicamente en el árido paisaje mexicano. Así lo señaló en su día, por ejemplo, el añorado Roberto Bolaño, que veía en Daniel Sada a una de las voces más arriesgadas de su generación y al que comparaba con un Lezama Lima de secano, porque el barroco de Lezama nacía en el trópico y «el barroco de Sada sucede en el desierto». Por el mismo sendero enfila su visión del autor ahora galardonado otro mexicano, Juan Villoro: «A diferencia del neobarroco de Carpentier y Sarduy, que imita la vegetación feraz de Cuba, el de Sada se ubica en parajes donde solo crece la sed».

Así que el punto de partida de Sada es un puñado de tierra estéril y, con ese escueto punto de apoyo, el narrador levanta la arquitectura de Casi nunca, de estilo, efectivamente, barroco, pero también contundente, tajante, a veces casi telegráfico en su ausencia de verbos y que, por momentos, roza lo experimental (palabra tan temida por los editores) y la prosa poética (no menos temida por el gremio).

Sada planta la historia en 1945. Estados Unidos acaba de lanzar su bomba atómica sobre Hiroshima. El agrónomo Daniel Sordo, instalado en Oaxaca, conoce en un burdel local los primeros misterios del sexo de la mano de la prostituta Mireya, con la que inicia una desenfrenada relación que solo remata cuando, por otro golpe de azar, descubre a Renata, vecina de Sacramento que convierte en su prometida y que cierra ese triángulo marcado por un feroz combate entre el deseo y el decoro de aquellos pudorosos años cuarenta. Y arrastrándose por la inmensa geografía mexicana evoluciona la trama, plagada de huidas, represión y onanismo.

En el largometraje Cuando Harry encontró a Sally, Harry (Billy Crystal) le cuenta a Sally (Meg Ryan) por qué él es un consumado pesimista. Harry explica que siempre comienza los libros por la última página porque, en caso de morirse antes de poder terminar el volumen, al menos ya conoce el final de la historia. «Eso —remacha Harry— es ser pesimista».

Los pesimistas, o los que tengan por costumbre leer los libros desde el final, tendrán que ser cautelosos al aproximarse a esta novela de Daniel Sada por las últimas páginas. No es que las líneas terminales desvelen algún misterio de la trama, sino que el colofón al relato se permite una concesión al experimentalismo que podría espantar a los lectores no aguerridos que se enfrenten, sin previo aviso, a esa sucesión de «meter / sacar» que adorna el remate del texto como marcando el ritmo del acto que evocan las palabras que se alternan. Creo que el lector paciente que haya llegado hasta la conclusión del volumen ya no se sorprenderá demasiado de esta licencia final, pero conviene aclarar que el propio autor ya admitió, al conocer la noticia del galardón, que practica «un tipo de literatura no muy acorde a los tiempos actuales». Aunque eso, claro, no tiene por qué ser un demérito.

Publicado por Luís Pousa el sábado 6 de diciembre en el suplemento Culturas de La Voz de Galicia