La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
Seleccionar página

1196691282_0.jpg

Otro comienzo memorable lo constituyen los párafos iniciales de El corazón de las tinieblas, esa prodigiosa novela de Joseph Conrad. Zarpamos con Marlow de los muelles de Londres con rumbo a la selva, donde nos aguarda Kurtz:

«La Nellie, una yola de crucero, giró sobre el ancla sin el menor movimiento de las velas y quedó inmóvil. Había subido la marea, apenas soplaba el viento y, puesto que se dirigía río abajo, sólo le quedaba fondear y esperar al cambio de la marea.

El estuario del Támesis se extendía ante nosotros, inicio de una vía fluvial que no parecía tener fin. En la distancia, la mar y el cielo parecían soldados y sin fisuras, y en el espacio luminoso, las velas curtidas de las gabarras que, con la subida de la marea, se dirigían río arriba semejaban inmóviles racimos de lonas rojizas y puntiagudas, entre los que brillaba el barniz de las botavaras. La bruma descansaba sobre las tierras bajas y completamente llanas que descendían, disipándose, hacia la mar. Sobre Gravesend, el aire era ya oscuro y algo más allá parecía condensarse en la lúgubre oscuridad que cubría, inquietante e inmóvil, la mayor y más importante ciudad de la tierra».

(Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, traducción de Amado Diéguez para la editorial Santillana)

P.D. He encontrado también esta otra traducción de Ediciones del Sur, que tal vez redondea algo más el remate de esa última frase: «La oscuridad se cernía sobre Gravesend, y más lejos aún, parecía condensarse en una lúgubre capa que envolvía la ciudad más grande y poderosa del universo».