La Voz de Galicia
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Castillo de San Carlos, en Fisterra

Camariñas. Hombre, esto no es Francia, ni mucho menos, pero tenemos lo nuestro. Me refiero a los castillos. Y en el caso concreto del par de páginas que publico hoy, a los castillos costeros gallegos. Pocos hay medievales, ya que es a partir del XVI cuando se fortifica la costa con el fin de impedir que corsarios, piratas, enemigos varios e ingleses (estos últimos solían abarcar las otras tres categorías) siguiesen haciendo razzias a su libre albedrío, con heroicidades para los propios ingleses de arrasar con una escuadra entera Laxe, una minúscula aldea de pescadores de la Costa da Morte. Muy valientes no eran los asaltantes, no.

El problema de los castillos costeros -en muchos casos simples baterías- es que están abandonados. Las dos joyas de la corona son San Felipe y La Palma, cerrando la ría de Ferrol, y ahí están, viendo pasar el tiempo, sin utilidad alguna. Siempre fui escéptico en que los declarasen patrimonio de la humanidad junto con otras instalaciones menores (San Martín, San Carlos, San Cristóbal), y por desgracia acerté. Las peleas tribales de esas «o castelo é meu, a ponte é miña, a illa é nosa» demuestra lo que decía siempre un buen amigo: «Este es un país de castros». Y cada uno a lo suyo.

Algunos castillos, como el de Camariñas han tenido la suerte de que su nuevo propietario se remangó, invirtió dinero y lo limpió gratis et amore. Otros, como el citado de San Martín, permanece en ruinas (se metía en la línea de tiro del de La Palma y fue destruido). De varios no queda ni rastro, como el de Muxía. Pero Cardenal y Príncipe, privados, se merecen un respeto, por ejemplo. Por no hablar de la torre medieval de A Lanzada, una auténtica joya. Eso, que toca leer. Y viajar.

Ruinas del castillo de Camariñas