Bishop Auckland. 9 de la mañana. Grupos de chicos uniformados están en las afueras del colegio St. John’s, en Bishop Auckland. Con cada grupo, un profesor. El día promete, y en efecto el termómetro llegará a los 25º. Es 7 de septiembre, primer día de colegio, y al alumnado entrará a horas diferentes.
Una vez en los chavales entran van directo a un gimnasio habilitado como centro de control sanitario. Hay seis cabinas, abiertas, con otros tantos adultos que van explicando a los chicos cómo se hace el mismo test que hacemos todos al llegar: se frota la varilla contra las amígdalas y luego se mete en la nariz. Una guarrada necesaria. Claro que peor sería invertir el orden.
Y así van pasando uno tras otros. ¿Cuál es la noticia? Que dos de esos adultos son profesionales de la sanidad, ATS, y los otros cuatro, profesores del colegio que recibieron una instrucción de cómo se hacen esos tests anticovid.
¿Alguien se imagina el escándalo que se montaría en España? Cualquier funcionario docente clamaría al cielo diciendo que no ganó una oposición para eso -¡sí, los profesores de la enseñanza pública siguen el sistema de hace más de cien años y funcionarios de por vida, aunque a británicos, finlandeses y demás les cueste creerlo!- y se negaría, y en la privada se hablaría de abuso y explotación. Los sindicatos montarían en cólera, la amenaza de la huelga sería inminente.
¿El país? ¿Los alumnos? ¿El sistema educativo? Todo lo que pase, culpa de la Xunta. O del Gobierno. O de los políticos.
Y así se sigue avanzando paso a paso hacia el abismo. Que ya está tardando.