La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Campo Lameiro. He vuelto a Campo Lameiro, ahora a conocer el Parque Arqueolóxico da Arte Rupestre. Creía que estaba más cerca de Santiago, pero esa distancia seguro que le daba exactamente igual a aquellos antepasados nuestros que hace 4.000 años dejaron muestra de su gran arte en un conjunto de rocas hoy protegidas.

Tengo que confesar que la primera impresión es para mandar todo a freír espárragos y dar media vuelta: en Moraña está mal señalizado, a la salida de la localidad de Campo Lameiro hay un atisbo de duda sobre qué camino seguir, al aparcar no se ve ni una hierba verde porque nadie cuida el supuesto césped y el edificio es una de esas genialidades del arquitecto de turno que, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, ha parido la solución mágica, y así tenemos Galicia, llena de ocurrencia a cual más dispar de la vecina.

Ahí se acaban los males. El resto es sensacional, empezando por el trato cordial y profesional de quienes allí trabajan. La concepción del centro de interpretación (¡qué manía llamarles así a los museos!) es de matrícula de honor, y el parque arqueológico en sí, al aire libre, está estupendamente estructurado, con sólo dos fallos: la fuente del grupo 5 no funciona (están en ello) y la reproducción de petroglifos queda tan escondida por el gran laberinto que no hay manera de dar con ellos visualmente y, por lo tanto, nadie los visita. El laberinto en sí y la reproducción de un poblado hacen las delicias de los niños.

Lo incluyo en esa relación de sitios que todo gallego debe conocer. Y en mi lista particular, lo sitúa detrás del museo del Vasa y del museo de barcos vikingos de Roskilde. O sea, en la élite.