La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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O Facho. He estado con José Suárez, Mariño, viendo O Facho. Es un santuario impresionante, sobre todo si te lo explica él. Aléjese de la mente cualquier idea relacionada con un gran edificio de altas torres. En los tiempos galaico-romanos no había nada de eso, y menos en un monte pelado y sometido a los vientos como es éste, en la magnífica Costa da Vela. Realmente no sé cuánto de lo que me dijo mi amigo y director de esos trabajos arqueológicos es publicable y cuánto no, de manera que vale más ser dueño de los silencios que esclavo de las palabras, pero él debe darle a la tecla y comunicar al mundo científico y al no científico lo mucho que sabe del lugar, vinculado igualmente a San Andrés.

Tiene O Facho dos ventajas: primero, que no es cómodo llegar hasta él. Bien al contrario, hay que hacer algo que hacían nuestros abuelos pero que nosotros casi hemos olvidado: andar. De modo que se aparca el coche en las cercanías de Donón (Cangas) y hay que subir y subir por un ancestral camino. No es que sea mucho, pero tiene su pendiente.

La segunda ventaja es que en estos tiempos («con la que está cayendo», se dice por ahí) goza del favor de las administraciones. El Ayuntamiento hace lo que puede, y la Diputación -en los últimos años muy activa cuando se trata de echar una mano en el tema del patrimonio- ha financiado la necesaria limpieza del lugar. El que científicos alemanes hayan puesto sus ojos ahí (nada que ver con Merkel ni con la crisis, ya llevan sus años trabajando en el lugar) ha ayudado.

Sólo hay un pero. La palabra asfalto me da repelús. Y no me lo quito del cuerpo porque sea asfalto ecológico. No sé lo que es y, desde luego, me da igual que sea una petición de los vecinos el mejorar ese tramo de pista, hoy de tierra. Espero que mi amigo Mariño abra bien los ojos e impida que en un futuro los autobuses lleguen al pie de O Facho. Porque el siguiente paso sería acercarlos a las murallas.