La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Cabo Touriñán. Me quedo asombrado de lo capaces que somos los gallegos de engañarnos a nosotros mismos. Cierto es que a muchos alcaldes los carga el diablo, pero ello no resta ni un ápice la responsabilidad de cada ciudadano. Y ahora, con la crisis vienen las quejas. Primero arruinamos el paisaje, y luego decimos que no vienen turistas. Una locura esquizofrénica.

Viene lo anterior a cuento de que he arrancado a hacer una ruta que me lleve al mismísimo cabo Touriñán, el penúltimo cabo virgen de Galicia. Hay una senda, profusamente señalizada, que invita a poner un pie delante de otro y que parte de la (fea) aldea de Nemiña, al lado de una de las mejores playas de Europa y de la que hablaré en otro momento. De modo que dejo a Coro, a Martín, a Ana y Antón, escucho los consabidos «ten cuidado» (equivalente a «mira que vas mayor y los acantilados son para gente joven») y echo a andar animado por unos claros y bien integrados letreros de madera. No hay pérdida. Bajo los pies, algo de cemento y mucho de asfalto que espero dejar inmediatamente para bordear esa costa sin par, cabo de la Nave al fondo, antes el tan peligroso como bello arenal de O Rostro.

Subo con bastante pendiente y me lo tomo con calma. Me siento galés, recorriendo la costa, aunque estoy totalmente solo y en Gales la compañía está asegurada. Empiezo a preocuparme. ¿Me habré perdido? Esto es una pista ancha, muy ancha, asfaltada por completo. Llego a un primer mirador de madera, sencillo, bonito. Descanso. Estoy algo lejos de la línea de acantilados. Tiro de prismáticos. No, más allá no hay camino alguno. Pero esto no es un sendero, desde luego. Empiezo a enfadarme. Quizás Coro tenga razón. Ya voy mayor para esto. Arranco de nuevo, aligero el paso convencido de que me he perdido… y de repente me encuentro con otra señal. No, no me he perdido. Estoy en el buen camino. Pero, ¿dónde está la senda? Sigo y sigo y empiezo a descender. El cabo Touriñán, impresionante, me queda al fondo, a la izquierda.

Y entonces lo veo. Y lo fotografío. Y en mi indignación se lo envío a mi amigo Rafa, madrileño (¡del Atlético de Madrid, Dios mío!) afincado en sus feudos de Espasante y gran admirador de nuestra costa: ¡una señal de senderismo! Alguien, sin vergüenza ni propia ni ajena, ha declarado una pista asfaltada ruta de senderismo y le ha sacado unos dineros a la Unión Europea para declararla senda. Si las normas de este periódico me lo permitieran, añadiría «con un par».

Acabo el itinerario. Intento luego ir a Touriñán, al faro, a la brava, por la costa, para ver el islote otrora castro. Una docena de caminos arrancan a los acantilados y mueren allí. Imposible.

Llamo a Coro para que me venga a recoger. Cuando llega me mira con su sonrisa eterna. Estoy indignado por la estafa. Yo, gallego, he sido estafado por gallegos que me han hecho perder lo único que no tengo, el tiempo.

Pero despisto y subo al coche. «Tenías razón, ya voy mayor para esto».