La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Red Natura del río Tambre. Aproveché ayer para hincar el diente a una de esas cajas que todos tenemos por el trastero desde años ha, olvidadas, más o menos cerradas, polvorientas. La mitad de las cosas se fueron adonde se tienen que ir: a la basura o al reciclaje, más a este que a aquella porque colecciono papeles. O al menos he comido todos los días hasta hoy gracias sobre todo al papel. Y entre los hallazgos, una foto de muy mala calidad, una ampliación mal cortada que es la que acompaña a estas líneas.

Está hecha en París en 1976, creo que ante Norte Dame. Las dos mujeres retratadas en ella son dos hermanas, Tessier de solteras. La de la izquierda es Magdaleine (Magda), que ahora tendrá sobre 87 años, en sus tiempos secretaria de dirección de una afamada fábrica de cosméticos y colonias parisina, y visitante de vez en cuando de Galicia, que descubrió de la mano de su hermana, Denisse. Y su hermana Denisse es la que se halla en el medio. La recuerdo como una persona muy vital, muy alegre, profesora de piano, buena bailarina -con veinte años yo admiraba cómo bailaba claqué- a quien conocí aquí en Galicia, a quien visité en el País Vasco francés y en París y a quien luego encontré -enferma pero que no se le notaba en absoluto- en Santander. Falleció a los 56 años, si es que recuerdo bien, de un cáncer. Su apellido de casada era Betoleaud. Me llamaba desde niño «mi novio». Recuerdo perfectamente su cariñosa sonrisa cuando me despedí de ella por última vez.

Si traigo hoy aquí esa foto no es por contar esta historia, sino porque los Betoleaud, Jacques y Denisse, fueron de los primeros extranjeros en llegar a Galicia bajo ese paraguas conceptual de «turismo moderno». Les encantó el país y se quedaron enamorados de la tierra y de sus gentes. En la primera ocasión -finales de los años 50 del siglo pasado- , junto con sus tres hijos, pararon en el entonces hotel Solymar, en el extremo sur de la playa Grande de Miño, hoy residencia privada, Jacques solía ir en pantalón corto, enseñando piernas y pelos, y las miradas hacia él eran constantes -no siempre de aprobación- en aquella España gris y franquista, triste y cerrada.

Está sin estudiar -o al menos sin publicar- cómo recibía entonces Galicia a los forasteros, qué se pensaba de ellos, cuánto les cobraban (¡una barbaridad en el Solymar, lo cual soliviantó a mi padre!), qué hacían, qué les gustaba. Es nuestra historia, que habría que recuperar en estos tiempos en los que los extranjeros llenan estivalmente nuestras playas.

PD/ Sí, en efecto, el que está a la derecha soy yo con 24 años.