La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Cambados. Por una de esas casualidades de la vida, me encuentro en Cambados cuando salta la noticia de que esta es una de las 25 localidades españolas preferidas por la actriz Gwyneth Paltrow. Y me he acercado hasta el lugar donde, rodeados por un equipo de tan buenos como intratables profesionales estadounidenses (excepto su jefe), le ayudé a despojarse de sus botas para meterse en el mar junto con otros protagonistas del rodaje de Spain, on the road again.

Yo llevaba dos noches durmiendo con Gwyneth Paltrow. Como los españoles entienden lo que no es, me veo obligado a especificar que no en la misma cama, sino en la de al lado, pared por medio. Fui el único periodista que se pasó pegado a sus pantalones los luminosos y soleados días que estuvo en Galicia hace poco más de cuatro años. La oscarizada actriz, que resultó ser la única junto con la catalana Claudia Bassols a la que no se le había subido la fama a la cabeza, no sabía dónde estaba mientras se ultimaban los preparativos. Aburridos ella y yo en el exterior de A Parada das Bestas, en Palas de Rei, después de haber hablado de temas intrascendentes del estilo cuántos hijos tienes tú, cuántos tengo yo, me soltó: «¿Nos vamos a hacer surf, que aquí parece que van a tardar algo?». Su excelente español -tiene unos amigos a los que llama «mi familia española» en Talavera de la Reina– iba paralelo a su desorientación. Eché mano del mapa ante la atenta pero muy discreta mirada del único personaje que se encargaba de su seguridad. Le dije que nos íbamos a Cambados y sus ojos se iluminaron: «Pues ahí». Indiqué a los que estaban cargando los bultos en los mercedes. «Me temo que no vamos a tener tiempo», le contesté sin confesarle que jamás subí a una tabla de surf y que ir a la playa o meterme en el mar sólo lo hago si lo manda el guión y previo pago.

Los cinco coches con dos docenas de personas nos plantamos en Cambados. No se había cambiado ni las botas altas ni los pantalones, siempre de negro. Una mujer sencilla que cuando era reconocida en el Camino de Santiago invariablemente tenía una palabra amable y de agradecimiento. La humildad en persona. Cuando se metió en el agua con el patán de Marco Batali (un pseudococinero de Nueva York, famoso y, a lo que parece, muy rico) y Mark Bittman, un supuesto cronista de The New York Times -otro insufrible, con la vanidad saliéndole por las orejas- Gwyneth y Claudia demostraron la humanidad que llevan dentro. Se olvidaron de la cámara y se fueron directas a hablar con las mariscadoras. Sin poses. Sin decir tonterías. Preguntando. Humildes. Incluso yo diría que desbordadas al ver aquel trabajo duro con el agua por las rodillas.

Las cámaras grabaron mientras una histérica productora (la única española) se empeñaba en que yo no hiciese fotos: las hice, y se publicaron en tres páginas este periódico. Gwyneth Paltrow salió del agua, se acercó a mí y, emocionada, sólo me dijo: «¡Estas mujeres son muy valientes!». Estaba impresionada. No me extraña que Cambados se le haya quedado grabado en su memoria.