La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Santiago de Compostela. Estoy en el McDonald’s de la salida a A Coruña, en Santiago. Las peripecias de O Courel quedan atrás, y lamento las críticas de algunos lectores -que uno también los tiene, aunque a veces parezca mentira- por mi silencio: no había wi fi ni nada que se le pareciera en esos magníficos montes gallegos. El caso es que estoy aquí, aun sabiendo que algunos se llevarán las manos a la cabeza y me condenarán a los fuegos purificadores de la hostelería tradicional. Eso, que Martín y yo nos dedicamos a cuestiones varias, desde pillar unas nécoras -legales, por supuesto- para cenar hasta comprarle unas botas para el invierno, porque algún día incluso hasta lloverá en Galicia.

Nos ha atendido una mujer joven, morena y, desde luego, ecuatoriana o de por ahí. Un encanto. Orientó, asesoró (sí, eso también es importante en McDonald’s), sirvió y cobró con la sonrisa en la boca. Da gusto. Y cuando venía a la mesa me acordé de que hace unos días en Folgoso do Courel, en el restaurante Mirador (lo siento: ni se me ocurre recomendarlo) me atendió una colega suya, de más allá del charco, a la que arrancarle una frase, una palabra, una expresión o un gesto amable fue imposible. Ni yo, ni Coro, ni Martín, ni Ana, ni Antón. Una mala profesional. Sin acabar el segundo plato nos levantamos y nos fuimos, no tanto por su actitud poco grata como por la calidad de lo que tomábamos.

Por supuesto que también hay gallegos que son un cardo borriquero y otros la amabilidad personificada. Pero si uno va a un país ajeno por lo menos debe de tener una actitud proactiva, que así se dice ahora, mire usted por donde. La chica que tengo a una quincena de metros no estará aquí toda su vida, claro está, pero cuando marche para otro trabajo tendrá más posibilidades de obtenerlo, de aprender más, de ser un poco más feliz. Porque en el fondo de eso se trata.

¿Y a qué viene esto, relacionado con el turismo? Es una reflexión, sin más. No quisiera ser paulocoelhista (¡líbreme Dios!), pero tener un poco más de ánimo en el alma y de sonrisa en la cara quizás nos ayude justamente a eso: a ser un poco más felices y a hacer un poco más felices a los que se cruzan en nuestro camino.