La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Moussy le Vieux. Me ha librado Dios muy bien librado de meterme en los aledaños de París para ir a Le Parc des Felines. Así que he dado mil pequeñas vueltas y en hora y cinco me he plantado en un parque muy bien concebido qeu es todo un ejemplo de reivindicación de la biodiversidad. Y vuelta a encontrarme con lo mismo: varias docenas de colegios (por cierto, no hay grupos demasiado numerosos de alumnos, la mayoría no pasa la veintena así que deben ser aulas, no centros) con los enfants de la patrie alborotando poco -¡sin decir ni un solo taco, no como en España!- pero felices, tres o cuatro parejas francesas con niños y nosotros, los guiris. En realidad, estos sitios están pensados para centros. Además, si llega un español y le meten 15 euros por entrada (10 los niños mayores de 4), jura que no pone un pie dentro. Pero aquí, como en toda Europa, las cosas son así: menos hostelería y más museos. De manera que las entradas cuestan lo suyo, como era más o menos igual en el castillo de Pierrefonds. O 6 euros por ver la habitación de Van Gogh musealizada y el doble por visitar el castillo de la localidad. Claro que una vez dentro por lo general uno pasa el día entero, y siempre hay un lugar preparado para el picnic; en el caso de Le Parc des Felines, con capacidad para 500 almas, y es que ahí espacio sobra.

En fin, que a las 17.45 fuimos, creo, los últimos en salir (cierra a la tardía hora de las 6) gracias a Meteofrance, que en los días que llevo aquí no ha acertado ni una sola vez, igual que la BBC. Una y otra decían y sostenían que estaba cayendo agua en plan A Mariña lucense a la misma hora que yo, inocente, entraba en el recinto de las cabras (ahórrense viejos refranes castellanos…) con palomitas de maíz especiales para ellas y me encontraba con la sorpresa de ser asediado a empujones por los animales en cuanto la olieron.

Pero, ¡oh, error! No había mirado bien el reloj. Cuando yo arrancaba el coche rumbo al norte ya hacía una hora que habían salido miles y miles de coches de París. Una buena parte de ellos me los encontré yo por mucho que cambié seguido de carretera: la autopista, abarrotada; las estrechas departamentales, también. Otro infierno. Pero a París no hay quien le quite su buen nombre…