La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Ystad (Suecia). Cae la noche y hace un frío de rayos en Ystad. Claro que, tal y como anda el tiempo, no es raro afirmar que no más que en Santiago. Pero aquí el frío imprime, a mayores, una sensación de soledad. Lógico, porque a las 5 de la tarde no hay nadie por la calle, y la poca gente que circula lo hace de forma rigurosamente individual, excepto una pareja que sale disparada rumbo a algún sitio muy concreto y, por supuesto, cerrado, que no andan las cosas para bromas. Uno se pregunta para qué rayos cierra la mayoría del comercio a las 6 si todas las tiendas están vacías, dando una sensación fantasmagórica.

Los refugios hosteleros son varios, pero en todos se cuentan dos o tres personas, y la siguiente pregunta es cómo sobreviven, porque mucho beneficio no deben de dar. Algunos, como la excelente cervecería pared con pared con el hotel Sekelgarden, ya cierran directamente lunes y martes, y trabajan a medio gas. La situación llega a ser de guión poco creíble de película: en el también magnífico comedor del hotel Continental –sin duda el mejor de Ystad, inmortalizado por Henning Mankell en sus novelas de Kurt Wallander– nos damos cita media docena de pavos y pavas, que diría Pérez-Reverte (don Arturo). Cada uno en una mesa, en el silencio más riguroso. El comedor sería una tumba si no fuese por la música ambiental de puro piano, que emana de un pianista tamaño natural pero de mentira. Eso sí, los altavoces han sido muy bien disimulados.

Aún no dieron las 7 de la tarde, y así están las cosas.