La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Salcidos (A Guarda). La desembocadura del Miño es de esos parajes inolvidables que se fijan en la retina. A pesar de que en el lado español se ha construido un montón de viviendas unifamiliares y algún edificio de difícil clasificación estética, el encanto apenas ha disminuido. Por supuesto que el mejor sitio para admirarlo sigue siendo la cumbre del monte Santa Trega, a pesar de que excepto algunos días de verano el viento se ha convertido en visitante no ya asiduo sino fijo. Pero la visita hay que hacerla casi pisando el río. Por eso meto a mi amigo Manuel Marras en el Land Rover y lo llevo a Salcidos, a tres o cuatro kilómetros de A Guarda. El santuario, de reciente construcción, sirve de aviso de que el siguiente cruce a la derecha es el nuestro, el que nos lleva primero al templo del siglo XIX –muy buena obra, con una tumba cuya calavera siempre me atrajo- y al camping después. Claro que no llegamos tan lejos, porque antes, a la izquierda, queda el observatorio de aves, una caseta de madera desde la que parece que se toca el Miño. Se halla limpia, aunque, desde luego, muy pintorrejeada por dentro y con una muestra (más bien una muesca) por fuera. Ahí, el reloj parece que se va a parar. O al menos eso es lo que creo: nunca cansa ver los metros finales del Miño.