La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Santiago de Compostela. Comida en Ana, un restaurante que va a más y que funcionó muy bien todo el verano a pesar de que está fuera de murallas y tras la respetable pendiente de Castrón Douro (¿de dónde habrá salido el nombre de la calle, me pregunto yo que soy bastante ignorante?). A la derecha Lois Celeiro, el jefe de Prensa de la Universidad de Santiago, y frente a nosotros un buen amigo cuyo nombre no procede pero que sabe de lo que habla cuando le preguntamos por la supuesta plaga de chinches (de plaga no tiene nada, pero esas cosas venden en algunos medios y para algunos autocalificados periodistas).

-Se acaba en un momento, nos dijo.

-¡Caramba! ¿Y cómo?

-Se obliga a todos los peregrinos a dejar sus pertenencias en el exterior día y noche, y cuando ellos ponen un pie en el interior del albergue se les fumiga de arriba abajo.

Celeiro y yo nos miramos atónitos. Nuestro interlocutor hablaba complemente en serio, y sabía a qué se refería. Cuando vio nuestra reacción, tomó otro trago de Oporto y siguió:

-Tales cosas son sencillamente imposibles de llevar a cabo, amén del tremendo impacto negativo que tendrían en la opinión pública. Por eso no se puede hacer más que lo que están haciendo: cuando se detectan chinches se precinta la habitación y se da un producto altamente peligroso para el ser humano. Y así se deja. No hay otra.

Celeiro recordó algo obvio: que los chinches existen desde siempre en el Camino y que esta plaga se veía venir puesto que en años anteriores se estaba acercando a Galicia. Además, y esto no lo dijo Celeiro sino que lo digo yo, parece ser que un establecimiento muy importante de Santiago también tuvo el problema. Que no es más que un problemita. No saquemos las cosas de quicio. Aunque los adversarios del Camino, que los hay, seguro que aprovechan para arrimar el ascua a su sardina.