La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Pidre (Palas de Rei). Me he pateado un trozo del Camino de Santiago para actualizar el archivo. Y es que el 2010 se acerca y presupongo que mi director me va a dar el arreón cuando llegue el momento, así que vamos a intentar ir por delante, algo realmente bien difícil en esta profesión. Así que he comenzado en Palas de Rei y, a paso de tortuga y haciendo 150 fotos, me he llegado en dos horas y media hasta el alberge de Mato-Casanova. La idea era comer en un albergue privado que hay poco antes, pero resulta que no dan comidas (hombre, algo para salir del paso sí) y, además, la que estaba al frente no mostró mucho interés en mi presencia, metida como estaba en larga conversación con cuatro al parecer más o menos peregrinos.

Así que regresé al coche, llamé a María Varela y puse proa a A Parada das Bestas, por donde hacía tiempo que no iba. La novedad es que hay perro nuevo (una especie de inquieto chihuahua de tres meses y medio y poco agraciado), que también hacía hoy su entrada en esa excelente casa de turismo rural. La otra novedad es que los apartamentos están rematados, las piscinas y su entorno resultan muy agradables. Les queda sólo el entorno del aparcamiento, pero seguro que muchos clientes ni se dan cuenta.

Como no había nadie -tenían para hoy cuatro habitaciones pero aún no habían llegado- y Rita y Antón estaban en el cole, Suso y María tuvieron el detalle de invitarme a compartir mesa y mantel, y eso siempre son allí palabras mayores, porque comen como sirven a sus clientes: excepcionalmente bien. Primer plato, acompañado de mejillones al vapor y un tomate aliñado no sé cómo: langostinos con setas sobre fondo de tallarines (para ponerse ciego, y no me gustan ni las setas ni los tallarines). Segundo plato: unos jurelos al horno impresionantes. Postre: helado de canela. El café, como tiene que ser en el mundo rural gallego: de pota.

La conversación derivó entre Toñi Vicente y el caso de las vieiras (¡claro!) y los precios en Galicia. No fui capaz de convencer a Suso de que Galicia es cara, y que la solución no radica en regalar nada ni bajar nada sino en ofrecer más calidad y más actividades complementarias. No por parte del establecimiento de turismo rural, desde luego, sino del propio desarrollo turístico del país. Esperar a que la Xunta haga todo es, sobre todo, erróneo. Y hasta que cada uno de los gallegos se conciencie de que turismo es no dejar las casas de ladrillo vista o llenar el territorio de absurdos contenedores de basura, la cosa no va a ir a mejor. Con crisis o sin ella.