La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Samos. El regreso al monasterio de Samos resulta impresionante en su sentido más literal. Su iglesia cenobial se ve esplendorosa, amplia, con el San Anselmo con gafas que parecen de motorista. «Es que era filósofo, y los filósofos ven las cosas de manera distinta a como vemos nosotros», reflexiona el padre prior. El hombre se detiene un segundo, le da vueltas a la cabeza y añade: «Aunque, si lo pensamos, filósofos somos todos». También lo era, a su manera, el padre Feijoo, que vigila pétreamente su claustro. Todo está impecable, hasta el río que lame los muros, y las enormes pinturas de las paredes del interior. Algún benedictino hace de guía de un grupo (de 10.3o a 14.30 y de 16.30 a 18.30) y se para ante «el lado oscurso, el ocio, la tentación, que tiene el fraile». Espeluznante, pero la interpretación de los enormes murales es muy interesane y desconocida para la mayoría de la gente. Hasta Lois Celeiro, que anda por Samos dirigiendo un curso sobre el Camino de Santiago, y el gurú de la vía de peregrinación que es Víctor L. Villarabid no se conocen la historia de las pinturas con detalle. Eso sí: si los murales estuvieran en el Prado o en un castillo francés iríamos allí de paspanes a formar colas interminables. El tesoro está aquí, en casa.

Una maravilla, una maravilla.