La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Los números a menudo son más contundentes que las palabras. Una cifra desnuda, tatuada sobre el papel, en ocasiones tiene el don de atizarte un golpe directo en la boca del estómago y dejarte sin aliento, noqueado ante la poderosa exhibición de su musculatura. Tres dígitos resumen de un plumazo la hazaña de un jamaicano llamado Usain Bolt, que el domingo consiguió pulverizar su propia plusmarca y sobrevolar en 9,58 segundos los cien metros de la recta del olímpico de Berlín.

Mientras estos números coronaban a Bolt como la zancada más veloz de la Tierra, ese mismo día, en una esquina distante del planeta, otra cifra condensaba en toda su crudeza la tragedia del alpinista Óscar Pérez: 6.300. Es la altitud a la que este montañero ha quedado abandonado a su suerte, ya sin salvación posible. Pero hay más números en esta historia de hielo y aristas, que casi parece irreal si la lees bajo el tibio sol del agosto atlántico. Los 7.125 metros de la cumbre del Latok II. Los 32 años de Óscar. Los 30 metros de su caída. Los -20 grados que se registran en la cornisa donde quedó atrapado. Los 12 días que lleva solo en la gran montaña paquistaní, quizás oyendo a lo lejos las aspas de los helicópteros, quizás soñando con el rescate que nunca va a llegar.

Y hay, por último, otro número: el 2009. Porque uno no puede evitar que un soplo de asombro le recorra las vértebras al leer que en este año en el que vivimos, presuntamente saturados de tecnología y modernidad, no haya forma de posarse en esa cumbre y salvar al escalador. Será que la montaña, a pesar de nuestra hueca vanidad, sigue siendo mágica.