La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Antes, cuando entraba en una farmacia, me flipaba comprobar que siempre había una señora mayor sentada en una silla. Bueno, la señora no era siempre la misma, claro, en cada farmacia había una diferente. Yo, que entonces era más joven y me pensaba que la vida era un puro cachondeo, creía que la entrañable viejecita que estaba allí tan plácidamente sentada era una amiga o familiar de la farmacéutica y que había tomado asiento para estar un rato de charleta con la boticaria. Durante un tiempo el asunto no me volvió a preocupar, daba por hecho que todas las farmacias tenían a su señora sentada, como antes tenían un mancebo (creo que ya no se llaman así, ahora los mancebos de botica deben ser por lo menos asistentes de los auxiliares de farmacia o algo por el estilo). Hasta que, un buen día, debido a mis ajetreos cardíacos, entré en la farmacia y pregunté si me podían mirar la tensión.

-¿Has venido andando desde muy lejos?

-Pues sí, llevo media hora andando o así.

-Entonces tienes que sentarte en esta silla y descansar un rato antes de que te tomemos la tensión.

Así fue como, de repente, descubrí que las entrañables viejecitas de las farmacias no estaban en realidad dando la brasa a la propietaria del despacho, sino que estaban aguardando a que su tensión arterial se acomodase un poco después de la caminata de ida y vuelta hasta el súper. Y así fue cómo yo mismo me convertí, de pronto, en una de esas viejecitas de la silla que hay en todas las farmacias de mi ciudad.