Alice Ernestine Prin (Chatillon-sur-Seine, 1901-París, 1953), a la que todos llamaban Kikí de Montparnasse, es el rostro (y, por supuesto, el cuerpo) del París de entreguerras, aquella ciudad que en el entreacto de dos devastaciones que rozaron lo absoluto fue la capital del planeta, al menos en lo que respecta al arte y la cultura, que según cómo se pongan las cosas a veces es lo único a lo que uno puede aferrarse. En aquella capital pululaban, igual que ahora pululan los turistas con sus tripas cerveceras y sus cámaras digitales con memoria ampliada, tipos como Modigliani, Picasso, Duchamp, Fujita, Breton, Tristan Tzara, Hemingway o Man Ray, que caminaban sin rumbo a la orilla del Sena, no sé, buscando una luz, una metáfora, un perfil, que vagaban dándole sin parar al manubrio del surrealismo, del dadaísmo, del vanguardismo, inventándose revoluciones, incendiando las academias sin necesidad de sacar los fósforos del bolsillo de la chaqueta. Aquellos tipos, con sus ojos alucinados, lo reinventaron todo, y tal vez aún estemos viviendo de la inercia de aquellas indagaciones. Y entre aquellos gigantes se deslizaba Kikí, que era un poco el hilo de contacto con la realidad, la que ataba a todos aquellos maravillosos lunáticos al mundo de carne y hueso, que a veces era, precisamente, su propia carne y sus propios huesos. Porque buena parte de los vanguardistas fueron sus amantes, más o menos pasajeros, como Man Ray, que probablemente fue su gran amor, ese que queda cuando todo lo demás ya se desdibuja o se corrompe o, sencillamente, se olvida y se apaga. Man Ray dedicó a Kikí algunas de sus mejores instantáneas, fotografías que son, así, a pelo, auténticos poemas de amor, escritos con química y luz y líquidos de revelado y esos chismes de laboratorio, qué sé yo, que se manejaban antes de los cacharros digitales.
Ahora, tantos años después, cuando Montparnasse es poco más que una postal desleída en las guías de viajes, ha vuelto Kikí. Kikí de Montparnasse (ediciones Sins Entido), un excelente cómic firmado por Catel Muller y José-Louis Bocquet, cuya portada se reproduce más arriba en el post, y la extraordinaria exposición Man Ray, despreocupado pero no indiferente, que la Fundación Caixa Galicia ha paseado por nuestra geografía, han rescatado a Kikí del baúl de nuestra desmemoria. Conviene echarle un ojo al cómic y al espléndido catálogo de Caixa Galicia para redescubrir a la modelo y a aquellos fabulosos tarados que estaban convencidos de que París era una fiesta (Ernie Hemingway dixit) cuando, en realidad, la fiesta ellos ya la llevaban puesta al salir de casa y dejarlo todo, España, Estados Unidos, lo que fuese, para irse a Francia, capital Montparnasse.
En 1982, en el número 15 de la desaparecida revista Poesía (que editaba el Ministerio de Cultura y que lucía como subtítulo: Revista ilustrada de información poética, como si eso de información poética no fuera una contradicción) se incluyó una traducción de Las memorias de Kikí de Montparnasse, «presuntamente escritas por Alejo Carpentier a partir de la narración que le hizo la propia modelo, hipnotizada por el poeta ultraísta Mariano Brull«. Así remata, en 1929, su personal e intransferible testimonio de aquellos años en París:
«He vuelto a Montparnasse, para mí el país de la libertad. Me parece que aquí puedo hacer mis calaveradas sin temor a volver a tener que comer garbanzos. La gente tiene amplitud de miras, y lo que fuera sería un crimen, aquí es un pecadillo de nada. Montparnasse, tan pintoresco, tan alegre. Todos los pueblos de la tierra campean aquí y, sin embargo, es una gran familia».
tiene buena pinta , y eso que a todos ellos luego les pilló la guerra y ella me parece que acabó, bueno… como la bella otero .El envés.
De todas formas, es bonito recordar ese época, tienes razón, la fista eran ellos.
Yo estuve en de Montparnasse el año pasado, justo el día que el sarko tomaba París, perdón, posesión, y montó tal por los campos eliseos y así q la opción era ir a sitios por los que no andaría su presencia, con los cortes de metro, y eso.
El barrio era pura tranquilidad, ajeno a lo q pasaba en la otra zona. mercadillos de comida y cositas, el cementerio…y la fundación Cartier, en cuya librería, se reencontraban recuerdos de esa época de entreguerras.
saludos.