American Smoke. Viajes al final de la
luz es un libro sin género. ¿Diario? ¿Ensayo? ¿Autobiografía?
¿Crónica de viajes? ¿Memorias? Es uno
de esos volúmenes que incomodan a los libreros
de los grandes almacenes, porque no encaja en
ninguno de los carteles existentes para catalogar
las novedades. Lo más probable es que American
Smoke (Alpha Decay), como todos los libros
sin género o transgenéricos, acabe en el anaquel
dedicado a poesía, que es donde se arrinconan los
títulos inclasificables o sospechosos.
El británico Iain Sinclair (1943) abandona en este
texto su territorio londinense —«las mutaciones
del inmutable Londres »— para vagabundear
por Norteamérica en busca de las huellas
de escritores como Jack Kerouac, Allen
Ginsberg, William Burroughs, Malcolm
Lowry o Charles Olson.
El recorrido tiene mucho de proceso de
desmitificación, de revisión y demolición
de iconos. Lo admite el propio autor al visitar
el enésimo santuario beat:
—Los lugares míticos resulta abrumadores.
Cuesta no echarse a reír.
Y lo vuelve a constatar al encontrarse en Lawrence,
Kansas, con William Burroughs:
—Aparcamos delante de la casa de listones rojos
con su balconcito blanco. El escritor más perverso
de América había acabado afincado en una avenida
moteada de sol digna de Douglas Sirk, donde
nada se movía.
Entre los espectros se asoma la sombra de
Roberto Bolaño. Sinclair hace escala en el cámping
de Blanes donde trabajó de guardia de seguridad y
recuerda que en La literatura nazi en América, en
medio del catálogo ficticio de escritores fascistas,
Bolaño retrata a un falso Rory Long —autor de un
fogoso poema sobre el amor entre Ernst Jünger
y Leni Riefenstahl— como discípulo del muy
real Charles Olson, uno de los protagonistas más
obstinados de este libro. Sinclair lanza incluso la
hermosa hipótesis de que Roberto Bolaño en realidad
no está muerto, sino que permanece oculto
en alguna guarida de Barcelona escribiendo tres
o cuatro títulos póstumos al año.