Nunca se madruga tanto como en verano. A los chavales, que son unos cachondos, durante el curso hay que extraerlos de la cama con intervención de los antidisturbios, pero en agosto ya se despiertan ellos solos a las 7.15 o’clock. El día que más se madruga es el del viaje, aunque sea para ir a Sanxenxo, da igual, la santa y la suegra se confabulan (ríete tú de la OTAN) para que amanezca más temprano, así que te levantas antes de acostarte y al final llegas al destino no para cenar, que era la idea, sino para desayunar unos churritos. Y lo de dormir de noche sí que es un sueño de verano, porque para algo están los 32 grados, que no se alivian ni con la cabeza metida en la nevera, el after hours de la esquina, que pone el chundachunda tan alto que parece que El Combo Dominicano al completo está en el catre contigo, y un mosquito que no sé si es tigre o can de palleiro pero que zumba más que todos los iPhone 6 del chiringuito juntos. En verano solo duermen los difuntos. Y eso con suerte.