Otro de los trabajos forzados del verano es la arquitectura del paisaje, es decir, lo que antes de que nos volviésemos todos gilipollas, perdón, políticamente correctos, se llamaba jardinería. Eso que, en vez de un julay con dos másteres y tres idiomas hablados y escritos, practicaba Richi, el jardinero, siempre algo achispado el tío. En los chalés adosados no vive Richi, sino el paisajista cartesiano, que poda el seto con tiralíneas y planta los abetos con escuadra y cartabón. Pero en el ecosistema adosado también habita el vecino jipi, el que busca el orden del caos en las silveiras y cultiva su ferrado según los dogmas anarcosindicalistas, o sea, a su bola, a monte. Lo que mola es cuando el asilvestrado, al ver el césped algo tostado, pone a Led Zeppelin a tope en el cacharro y enciende el sistema de riego por abrasión, vamos, que mea largo y tendido encima de los buxos. De los buxos milimetrados del vecino. En el adosado, ya se sabe, se comparte todo.