Agosto exacerba las tradiciones seculares y carpetovetónicas, que no son otra cosa que eso, antiguallas, pura arqueología heredada del tatarabuelo Raimundo, que fue el primero, allá por el XVIII, en pensar que tirar una cabra desde el campanario tenía su punto coñón, qué cachondo este Mundo, sobre todo si el lanzamiento de cabra se efectúa un domingo a la hora del aperitivo, con el público bien cargadito de vermús, finos y orujo a caño libre. Supongo que todos tenemos un día de esos en que nos apetece arrojar una cabra desde la torre de la iglesia, solo que si lo haces en Finlandia, te mandan de cabeza al trullo o al frenopático, mientras que en Spain is different te nombran alcalde perpetuo del pueblo y el vuelo de cabra (sin motor) lo declaran fiesta de interés turístico nacional y, si se tercia, hasta deporte olímpico. Porque el guiri Newton ese habrá inventado la ley de la gravedad, pero para sacarle partido y jolgorio a sus fórmulas tuvo que llegar Raimundo con su cabra despeñada.