Otro hongo del verano es la feria medieval. A un tipo lo nombran concejal de Fiestas de uno de esos pueblos desgraciados por el urbanismo contemporáneo, donde florecen el neón y el ladrillo vista, y lo primero que monta allí es una feria medieval, aunque lo único que data del Medievo en la plaza de hormigón armado es el cerebro del edil, que se quedó atrofiado en el siglo XII y no siguió el proceso darwiniano de la evolución de las especies. El mismo teatrillo histórico que tiene mucho xeito en las rúas de Betanzos, Mondoñedo o Ribadavia, en otros rincones de nuestro Salvaje Oeste queda un poco travelo, con los titiriteros y las mesoneras sobre el asfalto, vendiendo trapalladas y brebajes al pie de un cajero automático y con la megafonía soplando a todo vatio. Menos mal que cuando llegue el AVE a Galicia lo hará tan tarde que a esas alturas ya será un AVE medieval, como de 1250 o así. Es el toque hiperrealista que necesita esta Edad Media de jipis con iPhone.