Tiene tela que me tumben al sol. Qué cachondos. A mí, que soy de regadío. A mí, que no soporto los rayos UVA, ni los UVB, ni la madre que los trajo al mundo a todos. A mí, que me dan alergia los bañadores, las cremitas, los chiringuitos, las chanclas, las viseras y hasta los balones de playa Nivea. A mí, que los días de secano cuelgo una regadera de la ventana para fingir que llueve. A mí, que la arena solo la puedo pisar con calcetines y zapato cerrado. Soy de los que piensa, desde el pupitre de la EGB, que la fotosíntesis ya la hacen los helechos y otras arborescencias. Yo no tengo por qué achicharrarme las meninges, ya que la única clorofila que circula por mis venas es la de los chicles del quiosco de la esquina (cuando había chicles de clorofila, cuando había quiosco, e incluso cuando había esquina). Lo mejor del sol es su reverso: la sombra. Y la sombra, sin duda, es el gran invento de la humanidad. Ni ruedas, ni trasplantes, ni aviones, ni gaitas. A mí, en vez de un punto de apoyo, dadme una sombra y levantaré el mundo. Yo, como Peter Pan, también le pido a Wendy que me cosa la sombra a los talones para que no huya.