Explorador de abismos, descubridor de Montanos, Pasaventos, Bartleby y compañía, Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) aterrizó ayer en la UNED de A Coruña para charlar de sus obsesiones con los lectores.
—Se reedita, diez años después, «El mal de Montano» en Seix Barral, el primer libro español que ganó el premio Médicis…
—Es el libro más premiado de los míos, ha tenido cinco premios, entre ellos el Herralde, el Nacional de la Crítica y el Médicis al mejor libro extranjero publicado en Francia, que yo creo que es el más importante de todos los que he recibido en mi vida. Ahora he tenido con Dublinesca el Premio Cunhambebe de Literatura Extranjera en Brasil, que es el Médicis brasileño y que tiene un gran mérito por los finalistas que había.
—Estaban algunos de los grandes: Roth, DeLillo, Vargas Llosa…
—Supongo que porque eran más grandes han decidido eliminarlos [risas]. Ha quedado Hertha Müller de segunda, lo que me provoca una sensación extraña.
—Tanto «Bartleby» como «Montano» marcan un cierto punto de inflexión en su trayectoria y abren la senda a esa indagación literaria posterior. ¿Tiene esa misma percepción?
—Tal vez el punto de inflexión venga dado por la repercusión y el alcance que tuvo en cuanto a lectores, y que sigue teniendo, Bartleby y compañía. Visto con la perspectiva actual, lo que hizo fue ponerme más alegre, con más ánimo para continuar con lo que estaba desarrollando desde hace años. Y posiblemente fue lo que facilitó ese ensayo que está en Desde la ciudad nerviosa en el que explico cuál es mi teoría sobre la literatura, reflexiono sobre mi propia obra y que pone en marcha una segunda etapa en lo que yo escribo.
—¿La teoría narrativa se hace al escribir?
—Sí, a la larga se va haciendo. Es muy bueno programar qué vas a hacer con una novela, pensarla mucho antes de empezar a escribirla. También es cierto que, cuando te pones a hacerla, los personajes mismos se inventan a otros personajes y conducen a otros lugares y pensamientos que uno también desarrolla en el libro. Te conducen a un lugar inesperado dentro de un orden que tú has programado inicialmente.
—Arremete en «El mal de Montano» contra el realismo español, tan castizo y tan del siglo XIX, que ahí sigue. ¿Nunca nos libraremos de esa tara?
—Durante muchos años, para escribir siempre he pensado que es necesario tener algún enemigo o estar en contra de una idea, y desarrollar en una novela algo contra una idea. En este sentido, los realistas españoles, que nunca he sabido quiénes son exactamente, forman como una especie de conspiración hispánica en realidad contra la realidad, porque son los menos realistas que he conocido. Creen que la realidad se puede copiar y es un error. Pero bueno, esto pasó un poco a la historia. Ya no siento ese odio por los realistas españoles.
—¿Habría que desterrarlos a la isla del Realismo, como decía Chesterton?
—Sí, sí… Todo esto viene de una anécdota muy sencilla. Yo tenía quince años cuando hice mi primer viaje fuera de Barcelona con dos compañeros de colegio. Cuando llegamos a Madrid entramos en el museo del Prado y a mí, que no sabía nada del mundo, ni de la vida, ni del arte, me sorprendió muchísimo que los cuadros de Velázquez los estuvieran copiando pintores de caballete domingueros. No sabía que existía la copia del cuadro, me parecía un trabajo inútil copiar algo que ya existía, me pareció totalmente absurdo. Esto es totalmente naíf por mi parte, pero explica por qué a mí siempre me ha parecido absurdo copiar las estructuras narrativas de la novela del siglo XIX.
—Ese «establishment» de las letras españolas es reacio a las nuevas tecnologías, donde usted se encuentra muy cómodo.
—Sí, me parece que además lo hago con naturalidad. Estoy en Internet con la web, el blog y leo muchísimo los periódicos digitales y los blogs, son un instrumento muy útil para mí.
—¿No teme el apocalipsis digital que auguran algunos?
—No, es que España sigue siendo un país muy conservador donde a la gente le cuesta mucho comprender los avances, ya pasaba lo mismo con el cine.
—¿Están en Twitter los aforismos de nuestro tiempo?
—Bueno, Twitter solo es escritura cuando hay algún aforismo brillante…
—Estaba pensando, por ejemplo, cuánto le gustaría a Ramón Gómez de la Serna usar Twitter.
—Bueno, es que Gómez de la Serna era un tuitero, ¿no? Lo he seguido leyendo a lo largo de los años y tiene algunos aforismos donde acierta fantásticamente y otros muy flojos, pero quizás es porque escribió mucho.
—¿En qué anda trabajando?
—Ando trabajando en una novela que vuelve a mezclarse con la biografía y el ensayo, la más ambiciosa digamos que he hecho hasta ahora. Creo que estoy en un momento en el que puedo atreverme a hacer este libro que estoy haciendo. Y no quiero decir nada más…
—Se halla entre Bartleby y compañía y El mal de Montano un libro único, titulado Desde la ciudad nerviosa, donde Vila-Matas disecciona su ciudad, Barcelona. Definió «Desde la ciudad nerviosa» como una colección de textos atípicos donde se mezclan ensayo, ficción, autobiografía y el género del viaje interior. Pero esta definición valdría para el conjunto de su obra, ¿no?
—Sí, aunque he ido cambiando y mezclando de forma diferente esta combinación en cada libro. Por ejemplo, en Aire de Dylan, mi último libro, no hay ensayo prácticamente, sino material sobre todo narrativo, aunque mezclado con una reflexión de orden moral y literaria en torno al posmodernismo y la necesidad de que nos volvamos a relacionar con el modernismo, y también en torno a la imposibilidad de que nos volvamos a relacionar con el modernismo.
—¿Es un retorno imposible?
—No va a ser posible, el mundo ha cambiado tanto que el enlace con lo anterior resulta muy difícil. Pero al mismo tiempo se puede escribir sobre esa imposibilidad de enlazar con el modernismo. Es curioso, pero también se puede escribir sobre el hecho de que no tenemos futuro y, al mismo tiempo, esa es la única posibilidad de futuro que tenemos, en contra de lo que piensan algunos que creen que este tipo de literatura conduce a un callejón sin salida; pero no, precisamente es el único callejón posible para escapar del callejón sin salida real.
—¿Sería entonces la literatura una forma de escapismo?
—No, escapismo, no, ninguno. Conciencia de situación ruinosa y reflexión sobre esa situación desde el fondo de las ruinas.
—Elevarse, no escaparse.
—Sí, es todo lo contrario de dar por muerta la literatura, sino saber que lo está para poder emerger de esas ruinas.
—Barcelona ha estado más nerviosa que nunca estos días… ¿Como ha visto las elecciones?
—Ha aparecido un Parlamento muy plural, que indica algo muy sano que es una pluralidad en un país como Cataluña. Y un Parlamento tan plural plantea problemas complejos, que exigen soluciones complejas a través del arte de discutir.
Foto de Enrique Vila-Matas: Paco Rodríguez/La Voz de Galicia
Estupenda conversación, Luis.
Un abrazo.