Con la caída del anticiclón de las Azores sobre el mapa, el espíritu gregario del nativo se multiplica por pi, o por pi y pico, no me acuerdo, pero el caso es que si ya en invierno el español de toda la vida es incapaz de realizar en solitario actividades rutinarias, como estudiar Derecho Romano o degustar un sorbo de cafeína, con el termómetro en los 40 centígrados ya no puede ni tocarse las fosas nasales por su cuenta y riesgo. El indígena necesita sentir calor humano junto al pellejo y ahora que ya solo se arrima José Tomás, porque los demás diestros torean con mando a distancia, los que todavía se arriman temerariamente, pero a ti, son esos excursionistas que, mientras tratas de concentrarte en leer el periódico, con treinta mesas de la terraza vacías, van a sentarse justo a tu lado, no vaya a ser, para hacerte compañía con su ingeniería de taberna, este país lo arreglaba yo en una patada y así. Bueno, no sé si en una patada o de una patada.
Y yo diría más: excursionistas con niños tocapelotas. Un clásico.
Un abrazo.