Agosto no solo pega lumbre a los eucaliptos. También incendia la sangre de la chavalada, que busca cualquier rincón a media tiniebla para darse un magreo espontáneo, en fin, lo que se conoce como aquí te pillo aquí te mato. Con las hormonas en la freidora, el macho común, que habitualmente ya viene salido de casa, en la discoteca del pueblo se pone no como una moto, sino como todas las escuderías de GP al ralentí. Luego el nota acaba pasado de copas y noqueado por las negativas de las churris, que toda la noche le cantan al pasmón aquella de Deluxe, que no, que no, que no, hasta que, a las cinco de la mañana, se arrima a una tía que, a tientas, tiene el muslamen a medio depilar, pero por lo menos sonríe mucho. Lo malo es que al despertar descubre que la princesa que se había ligado en la penumbra de la pista en realidad era el orangután Eustaquio, la mascota de la disco, un bicho de sonrisa amplia pero algo birollo del ojo izquierdo. Todo queda entre primates.
También hay muchos estereotipos invernales, propongo que el rostro pálido se alargue en el tiempo de forma indefinida.
Ya de vuelta me reincorporo a mi cotidiano quehacer y lo primero con que me encuentro es que tu «rostro pálido» me arranca la primera carcajada de la temporada de curre. Abrazos, Luisiño.
pero eme, ¿qué te he hecho yo para que propongas esa idea? 🙂
Nano, muchas graicas, me alegro de alegrarte el regreso…
Paco, gracias por ese seguimiento tuitero
Un abrazo a todos!!!