La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Como en esto del periodismo hay que ser polivalentes (antes se decía todoterreno, pero ahora hay tantos todoterrenos por las calles de la ciudad que la palabra aquí ya sólo se usa para nombrar a esos vehículos bravucones), en un mismo día puedes pasar de bucear entre las cartas que envían los lectores a escribir una reseña para el suplemento de cultura o a llamar a aquel amigo de toda la vida para pedirle, por favor, que escriba en media hora un artículo de opinión sobre un oscuro episodio de la política internacional. Así que, entre una cosa y otra, para cumplir con una de mis funciones más agradables, que es escribir críticas literarias en el Culturas, estos días me tocó releer Herzog, la gran novela de Saul Bellow, que acaba de reeditar en español el sello Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Así que tuve la ocasión de volver a enfrentarme, unos años después, no con el pelotón de fusilamiento de Aureliano Buendía, pero sí con el magistral arranque de esta soberbia narración:

«Si estoy como una cabra, qué le voy a hacer», pensó Moses Herzog.
Había quienes pensaban que estaba tarado y, durante cierto tiempo, él mismo había dudado de su cordura. Pero ahora, aunque todavía se comportaba de una manera extraña, se sentía seguro de sí mismo, animado, lúcido y fuerte. Estaba como hechizado y se dedicaba a escribir cartas a todo quisque. Esas cartas le alteraban hasta tal punto que, desde finales de junio, iba de un lado a otro con una maleta llena de papeles. La había llevado de Nueva York a Martha’s Vineyard, pero no tardó en volver de Vineyard; dos días más tarde voló a Chicago, y desde allí fue a un pueblo en la zona occidental de Massachusetts. Oculto en el campo, escribía sin parar, frenéticamente, a los periódicos, a personas públicas, a amigos y parientes, y, por fin, a los muertos, primero a sus difuntos cercanos y casi anónimos, y por último a los famosos». (Herzog, edición de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, traducción de Vicente Campos).

Aquí os dejo la reseña (llamarle crítica me parece pretencioso) que escribí sobre el libro de Bellow y que se publicó ayer en el suplemento Culturas de La Voz:

LA OBRA MAESTRA DE SAUL BELLOW
«‘Si estoy como una cabra, qué le voy a hacer’, pensó Moses Herzog». Con esta rotunda declaración de principios arranca Herzog, la novela que en 1964 encumbró definitivamente a Saul Bellow (1915-2005) como uno de los grandes narradores norteamericanos del pasado siglo (si no el más grande: si secundamos la tesis del británico Martin Amis, Bellow es, sin rivales, el gran novelista estadounidense de su tiempo). Probablemente sea esta su obra maestra, esa pieza casi perfecta en la que remató la faena iniciada unos años antes con la publicación de Las aventuras de Augie March (1953), y que le llevaría a obtener en 1976 uno de los más merecidos premios Nobel de la historia de la literatura.

Herzog vuelve ahora a encontrase con el público español de la mano del sello Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, que lo reedita 44 años después de su primera edición con una nueva traducción de Vicente Campos, siguiendo así la labor iniciada con las nuevas versiones de títulos como Carpe diem (2006) y Mueren más por desamor (2007) y que continuará en los próximos meses con la revisión de El legado de Humboldt y El planeta de Mr. Sammler.El protagonista de la narración, Moses Elkanah Herzog —nombre que Bellow tomó prestado de uno de los personajes menores del Ulises de James Joyce, como tributo casi secreto a uno de sus autores de cabecera—, es un excéntrico profesor universitario de 47 años que vive entre Nueva York y Chicago, judío, padre de dos hijos y dos veces divorciado que un buen día, al ver que su vida y su mundo se derrumban («Al revisar su vida entera, se dio cuenta de que lo había hecho todo mal, todo. Su vida estaba, por así decirlo, en ruinas»), decide refugiarse en la cocina de su casa y ponerse a escribir compulsivamente cartas que, por supuesto, jamás echa al buzón: «Oculto en el campo, escribía sin parar, frenéticamente, a los periódicos, a personas públicas, a amigos y parientes, y, por fin, a los muertos, primero a sus difuntos cercanos y casi anónimos, y por último a los famosos». Entre esos muertos ilustres a los que Herzog escribe epístolas llenas de reproches por la colisión entre la realidad y los barrocos laberintos de su pensamiento figuran, entre otros, numerosos filósofos: Hegel, Schopenhauer, Nietzsche o Spinoza, que comparten con políticos como Eisenhower el honor de ser los destinatarios del epistolario .

Autor de una tesis doctoral sobre El estado de naturaleza en la filosofía política inglesa y francesa de los siglos XVII y XVIII y de un libro titulado Romanticismo y cristianismo, Moses Herzog representa probablemente el vacío que sintieron bajo sus pies los intelectuales de mediados del siglo XX cuando descubrieron que, mientras ellos, los hombres de papel, seguían elucubrando ensayos sobre aquellos iluminados con los que dialogaba el protagonista de la novela, el mundo ya navegaba por otros mares más prosaicos en los que un intelectual como Herzog estaba irremisiblemente condenado al naufragio.