Ahora que está de moda la Torre de Hércules, y que parece que los de la Unesco se disponen a declararla patrimonio de la humanidad, conviene recordar que el faro romano cuenta en su currículum con una larga nómina de escritores y/o viajeros que se encargaron de contarnos las aventuras y desventuras del monumento coruñés. Entre esos textos, tal vez uno de los más hermosos sea el que, muy tangencialmente, le dedicó el escritor (y artista total) Luis Seoane bajo el significativo título de Cierro los ojos y veo. Y como va a hablar el maestro, uno, que asume sus limitaciones, se calla la boca y escucha. Obviamente respeto la ortografía original del autor:
«Habitan en La Coruña y no saben que los viejos de su infancia decían a los niños que desde la península de La Torre, en la misma ciudad se podía ver en los días claros la costa de Irlanda. Quizás nunca lo supieron. Yo, sé eso. Lo recuerdo. También sé que cerrando los ojos veo cuando quiero una aldea, Arca, y a la misma aldea rodeada de montañas, de minas, de bosques y labradíos, y al pie de ellas un río transparente de truchas que se ven correr amedrentadas por las sombras. Un río transparente sobre el que nadan las libélulas y en el barro de sus orillas se esconden las anguilas. Recuerdo los pobladores y sus trabajos. Era una aldea de músicos y gaiteros. Había dos bandas de música. Algún campesino emigraba y otros se hacían navegantes. Se ejercían oficios elementales. En los bosques abundaba el jabalí y en las orillas del río la marta y por todas partes la comadreja y la ardilla. En el aire, o posados en los árboles una multitud de pájaros.
Cierro los ojos y veo Arca. A ver Arca con los ojos cerrados me conduce la nostalgia. Como puedo ver Irlanda si cierro los ojos, para ello me bastan la historia y el sonido del mar. Puedo evocar todo aquello que viví o vi y lo que conozco a través de otros.
Es curioso lo que ven por no querer ver algunas personas. Yo cierro los ojos y veo lo que quiero. Alguna vez creí percibir incluso el olor de aquel mar o de aquella aldea.
También alguna vez quise ver la costa de Irlanda de que hablaban los viejos coruñeses y no busqué el horizonte despejado de un buen día claro abriendo más los ojos que cualquier otro día, sino que me bastó cerrar los ojos para verla, y sin embargo era una tarde de espesa niebla.
Estos personajes que hoy evoqué, cerrando los ojos, los acabo de dibujar.
Seoane
10-VIII-78».
Y es que, en efecto, a veces para ver minuciosamente las cosas no hay nada mejor que cerrar los ojos. Así logramos contemplar, incluso en medio de la niebla, Irlanda, una aldea llamada Arca, o simplemente el interior de nuestras atribuladas neuronas.
Por eso, estoy con Seoane, a veces, cuando el tema se pone chungo, me largo hasta la península de la Torre, cierro los ojos y veo. Y veo, sobre todo, el envés de las cosas.