Me lo contó en una entrevista Guillermo Cabrera Infante. En la literatura sólo hay dos modelos posibles de escritor: el disidente y el complaciente con el poder. No hay término medio. Cabrera Infante recordaba dos ejemplos paradigmáticos: el de Catulo, que se dedicó a escribir poemas realmente denigrantes contra nada menos que Julio César y su jefe de ingenieros y tesorero, Marco Vitrubio Mamurra (al que tenía una especial tirria por su afición a saquear países ajenos); y el de Virgilio, amigo de Augusto, para quien compuso la Eneida, en honor de su recién creado Imperio.
“¡Qué bien se llevan esos dos maricas!, / el César y el muy puta de Mamurra”, se puede leer en un fragmento del poema LVII, que Catulo dedica con saña a los presuntos amores homosexuales de Julio César y Mamurra. Y no me atrevo a reproducir aquí más textos del estilo. Porque me temo que habría tantos ofendidos virtuales -desde el colectivo LGTBI hasta los tifosi de la Roma– que las mismas redes sociales que con tanta alegría trafican con nuestras vidas para orientar nuestros votos y nuestras compras lapidarían primero, y censurarían después, unos versos del siglo I antes de Cristo.
Julio César, uno de los tipos más poderosos de todos los tiempos, no ordenó jamás represalias contra Catulo, que si escribiese hoy en día hace tiempo que ya estaría en Alcalá-Meco por delitos de odio, homofobia y ofensas reiteradas al Jefe del Estado. Tal vez lo que pasa es que César era grande de verdad y no se detenía en pequeñeces como las diatribas de Catulo, y los poderosos de ahora, en cambio, nos han salido más cursis y blandengues que Hello Kitty. Por eso sólo quieren lamebotas a su alrededor.