Hasta hace un par de telediarios, el cartel de hay lotería de Navidad te salía al paso a finales de agosto o principios de septiembre, como una especie de canguele ante la inminente derrota: las vacaciones agonizan y hay que confiar todo a las loterías, los cuponazos, el azar y la ludopatía para no tener que volver al tajo y al señor, sí, señor de la oficina. Será cosa de la maldita crisis o de que ya no sabemos esperar, cada cosa a su tiempo y los nabos en adviento, se decía, pero ahora ni los nabos ni el adviento tienen demasiados fans, y el cartelito de que se vende el número de la casa se adentra peligrosamente verano arriba, anticipándose tanto que dentro de poco lo van a colgar antes incluso del sorteo del año anterior. Sucede un poco como con esas tiendas que sacan los adornos navideños con tanta antelación que cuando al final acaban por llegar las fiestas ya huelen a nieve caducada. A veces parece que vivimos en un acelerador de partículas.