A estas alturas de agosto, como vea un jirón de nubecilla en el horizonte, el yonqui de la melanina sufre el primer ataque de pánico, porque calcula que en las tres semanas y pico que le queda al mes no va a superar el tueste de pellejo del verano anterior y solo de pensar en volver a la oficina con esa tara sobre los lomos, como uno de esos pringados que en vacaciones se van por Europa a ver museos y piedras viejas, le entra un jamacuco que se rila por la pata abajo. El rostro torrefacto padece anorexia solar: mientras los demás le sugerimos que puede ir parando de torrarse, que el único blanco que le queda es el de los ojos y tal vez (solo tal vez) el de los huesos, el adicto al rayo UVA siempre se ve paliducho, desteñido, y por eso, en vez de gastar protector, se unta de aceite de oliva (virgen extra) para radiarse al fuego vivo del mediodía. En el fondo, el drogata del pigmento es un Michael Jackson invertido. También quiere cambiar de raza, pero en la dirección opuesta.