Admitámoslo: todos tenemos un cuñado que juega al pádel y nos amarga la sobremesa del domingo dándonos la barrila con su torneo interprovincial y su raqueta de fibra de carbono diseñada por la NASA. Sí, hombre, el pádel es ese deporte que parece un tenis encogido o un pimpón algo estirado, una cosa a medias, que yo creo que tiene la gracia de que el cuñado que jamás devolvería un revés en el tenis de toda la vida, en el pádel, entre que la cancha está encogida y que la pelota va, viene, vuelve y rebota entre cuatro paredes, pues malo será que el chorbo no acabe pegándole un raquetazo, aunque sea de canto, y ya se queda flipado pensando que es Federer. El pádel, mucho más que otros paraísos artificiales, es la droga del verano. Al pelma de los passing shot, cuando lleva un par de horas sin jugar, le entran temblores, sudores fríos y la mirada se le pone como perdida. Es el mono del pádel, que engancha más que la morfina. Y luego aún dirán que el deporte es sano.