El aire acondicionado es la invención más diabólica de la historia. El día que a un visionario se le ocurrió que no quedaba moderno hacer edificios con esas ventanas de abrir y cerrar de toda la vida la humanidad dio un paso sin retorno hacia el abismo. Desde entonces las casas ya no son máquinas de habitar, que decía el otro, sino de respirar. De respirar el mismo aire moqueado, tosido y babado por otros. Y recalentado o congelado, según. Según la estación contraria, claro. Porque el tipo que regula el aire acondicionado (uno de los personajes más apreciados de la empresa) se rige por el hemisferio austral, así que en julio (invierno en Argentina) el controlador de la rueda satánica te calca en la nuca un chorro frígido a 15 grados y en enero (verano en Río) te sopla en los morros un aliento tostado, de 25 Celsius en vena, que ya quisiera alguno en Galicia en agosto. De tanto acondicionarnos, más que tomar el aire nos vamos a ir todos a tomar viento.