En Barcelona (España) le pitan al himno y al jefe del Estado en la final de la Copa del Rey. Al presidente del Gobierno no le silbaron, pero más que nada porque no estaba. En París (Francia) la Asamblea de la República se pone en pie para aplaudir al rey de España (un Borbón de los Borbones de Francia de toda la vida).
En la final de la Champions (en Berlín) jugó y ganó un equipo español (el Barça), pero Rajoy tampoco apareció por el palco. Hace un año, en Lisboa, cuando disputaron el mismo encuentro dos equipos de Madrid, sí estaba el sonriente presidente del Gobierno. Incluso asistió un ex, José María Aznar, que hizo palmitas con otro presidente, el del Madrid, tras el gol del indómito Sergio Ramos.
El primer ministro español no se acercó a Berlín el sábado. Pero, tal vez para compensar, ya estaba allí el primer ministro de Francia, Manuel Valls, al que precisamente le acaban de montar un buen pifostio —un pifostio con grandeur, para entendernos— por haberse pulido 15.000 euros en su viaje para ver la final de la Champions. Valls nació en Barcelona y es culé hasta las cachas, le excusan cándidamente los suyos. Además, apostillan, le invitó Platini y se llevó a sus dos churumbeles a ver a Messi. Un padrazo.
En el fondo, todo esto, desde el presidente invisible hasta los pitos y la mueca grimosa de Mas, es tan español como el collar con banderita del perro Pecas.