Sylvia Kristel fue uno de esos juguetes rotos que el cine se deja olvidados entre las botellas y los ceniceros al final de la fiesta. La actriz, fallecida de cáncer en su Holanda natal la madrugada del miércoles al jueves, sobrevivió cuatro décadas bajo la piel de Emmanuelle, el personaje que la catapultó al estrellato y que la convirtió en icono erótico de una generación.
Mucho antes de sentarse desnuda en su legendario sillón de mimbre Kristel fue la niña que vivía con su hermana Marianne en la habitación 21 del Commerce Hotel de Utrecht, propiedad de sus padres. Si había mucha clientela, las pequeñas tenían que mudarse en plena noche al cuarto 22 que, según contaba años después la actriz, no era más espacioso que un aparador.
Cuando tenía 16 años su padre apareció con una mujer, se la presentó a la familia como su futura esposa y envió al descansillo a Kristel, su madre y su hermana. En ese instante la actriz decidió emprender el vuelo. Primero se convirtió en modelo profesional y, con 17 años, fue elegida Miss TV Europa, un título que le permitió saltar al celuloide. Tras algún que otro escarceo cinematográfico, llegó Just Jaeckin y la transformó en Emmanuelle (1974), papel por el que se embolsó apenas seis mil dólares. El filme, que relata sin tapujos las peripecias eróticas de una joven, se elevó en cuestión de meses a la categoría de símbolo de la libertad sexual que trajeron consigo los setenta. El largometraje, que no se pudo ver en España hasta la llegada de la democracia, permaneció ininterrumpidamente durante trece años en la cartelera de una sala de los Campos Elíseos y más de un español cruzó la frontera solo para descubrir los usos secretos del célebre sillón de mimbre.
A Emmanuelle le siguió un año después, Emmanuelle 2, la antivirgen, por la que Kristel ya cobró 100.000 dólares, y una serie de infumables secuelas que va desde Goodbye, Emmanuelle (1977) a la dudosa trilogía producida en los noventa sucesivamente sobre la venganza, la magia y el amor de Emmanuelle.
Pero en la filmografía de Kristel no todo consistió en lucir carne. También dirigió un excelente corto sobre las ilustraciones de Topor y rodó a las órdenes de Francis Girod y del escritor y cineasta Alain Robbe-Grillet. En 1977 protagonizó su mejor cinta, Alicia o la última fuga, nada menos que del gran Claude Chabrol. Ese fue el instante en que su carrera podría tal vez haber girado a otras latitudes pero, en lugar de seguir el sendero de Chabrol, la actriz holandesa se embarcó en 1979 con rumbo a Hollywood, tras facturar en España un clásico del destape: el bodrio hispano-italiano Camas calientes, en el que compartía escabrosas escenas de colchón con Ursula Andress y los machos carpetovetónicos encarnados por José Sacristán y José Luis López Vázquez.
No subió el listón en Hollywood, donde protagonizó cintas como Aeropuerto 79, El disparatado agente 86 y el que sería su mayor éxito de taquilla: La primera lección, en la que instruía en las artes amatorias a un Eric Brown de solo 15 años (50 millones de dólares de recaudación). Luego, llegaron las adicciones y el descenso a los infiernos entre telefilmes y series B eróticas, y Sylvia Kristel se derrumbó bajo la leyenda de Emmanuelle.