Francescho Schettino, el capitán del Costa Concordia, no es la vergonzosa excepción de estos tiempos absurdos. Es el paradigma. Estamos en manos de los responsables más irresponsables de la historia. Al menos desde Atapuerca el azar no hacía coincidir al frente de los grandes paquebotes mundiales a semejante alineación de cortoplacistas, timoratos e iletrados. Hubo dirigentes más despiadados e idiotas, sin duda, pero tan limitados y tantos al mismo tiempo, probablemente jamás.
Estamos en manos de capitanes de barco que sólo obedecen a una máxima vital: «Primero, mi trasero». Si los países y los trasatlánticos se van al garete, qué más da, lo importante es que estos líderes sin rumbo tengan blindados sus salarios, sus bonus, sus pensiones y sus limusinas para beberse luego, preferiblemente en copa de balón, el gin-tonic del retiro dorado en las Bahamas.
No sé qué diría John Silver el Largo de todo esto, pero hace tres siglos por mucho menos se pasaba a gente por la quilla. Claro que hasta el código de honor de los piratas era más respetable que las mañas de estos prohombres.
Francesco Schettino es el Capitán Paradigma de una época en la que las ratas ya no son las primeras en abandonar el barco.